DOMINGO 24 DE ABRIL
Quinto
domingo de Pascua
El
don del amor fraterno
Hechos. 14, 20b-26:
«Contaron a la Iglesia lo que Dios había hecho por medio de ellos»
Salmo 145(144): «Bendeciré
tu nombre por siempre jamás, Dios mío, mi Rey»
Apocalipsis 21,1-5 «Dios
enjugará las lágrimas de sus ojos»
San Juan 13, 31-33a.34-35:
«Les doy un mandamiento nuevo: que se amen unos a otros»
El tema de este quinto
domingo de Pascua es el amor fraterno. Puesto que todo amor viene de Dios y se
derrama en nuestros corazones por Cristo resucitado. Fue esta urgencia de
caridad lo que llevó a Pablo y Bernabé a viajar de pueblo en pueblo anunciando
el Evangelio de amor. La narración de la última etapa del primer viaje de
misión es espléndida: los misioneros no son unos solitarios, la comunidad que
los había enviado «con la gracia de Dios» se interesa por su trabajo. Y los
recién convertidos no viven abandonados a su suerte, sino que reciben
presbíteros para que cuiden de la comunidad, como lo han hecho inicialmente los
apóstoles. ¡La Iglesia está viva!
El Salmo 145(144) nos invita
a la acción de gracias: «Bendeciré tu nombre por siempre jamás, Dios mío, mi
rey». La evangelización es, en definitiva, obra de Dios. Por eso los misioneros
Pablo y Bernabé explican «tus hazañas a los hombres» y de esta obra de Dios hay
que darle gracias a El.
El amor fraterno debe
renovar y mejorar las relaciones humanas en la sociedad, la cultura, la
política, la economía, etc. La caridad trae una sociedad más justa y fraterna:
«cielos nuevos y tierra nueva», de acuerdo con el mensaje del Apocalipsis. El
texto del Apocalipsis es una hermosa profecía de S. Juan sobre la humanidad
finalmente renovada por el amor fraterno.
Hasta el pasado domingo, los
fragmentos del Apocalipsis se referían a la gloria de Cristo, Cordero glorioso,
aunque como degollado. Hoy el fragmento corresponde a la última parte de las
visiones y se refiere a la gloria de la Iglesia. Las imágenes son importantes:
la Iglesia es el nuevo pueblo de Dios, que tiene en El su origen («baja del
cielo»), y -como decían los profetas e Israel- es como una novia para el Señor.
Jerusalén es la ciudad donde Dios quiso habitar en medio de Israel; pero la
Iglesia es la nueva Jerusalén, porque en la Iglesia está siempre presente el
Señor, ya ahora, anunciando la presencia definitiva de la consumación
celestial. Todo esto -¡la novedad!- es obra de Dios.
En el Evangelio de hoy Jesús
resume la ley del amor y el significado del amor en la vida humana. El amor
fraterno es su «nuevo mandamiento», no porque es totalmente novedoso (otras
religiones y gente sabia han ensalzado la caridad), sino porque por la
resurrección de Jesús el amor es dado como don que puede arraigar en nuestro
corazón. Sin Cristo la caridad queda un deseo siempre frustrado.
Es igualmente un «nuevo
mandamiento» porque la razones para amarse mutuamente fueron también reveladas
por Jesús: el Señor está misteriosamente presente en cada persona:
«Lo que hicieron al más
pequeño de mis hermanos lo hicieron conmigo».
En fin, es un «nuevo
mandamiento» porque estamos llamados a amarnos como Jesús nos amó, sin
discriminación, sin límite, dispuestos a entregar nuestras vidas por los demás
si es necesario. Por último: la caridad fraterna es el testimonio cristiano más
importante; es el signo privilegiado de cómo los cristianos y la Iglesia van a
ser reconocidos como discípulos de Cristo y como la Iglesia de Dios.
Algunas preguntas para
pensar durante la semana:
1. ¿Es el amor fraterno tu
preocupación como cristiano?
2. ¿Mantengo rencores?
¿Prejuicios? ¿Cómo expreso mi tendencia al egoísmo?
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