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sábado, 15 de octubre de 2016

DOMINGO 16 DE OCTUBRE


29° DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
      “ORAR SIEMPRE SIN DESFALLECER”
Éxodo 17, 8-13:«Mientras Moisés tenía en alto la mano, vencía Israel»
Salmo. 121(120): «El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra»
2Timoteo 3,14 - 4,2: «El hombre de Dios estará perfectamente equipado para toda obra buena»
San Lucas. 18,1-8: «¿No hará Dios justicia a sus elegidos, que están clamando a él día y noche?»
Esta lectura es sobre el poder de la oración constante y confiada. Mientras Moisés reza, Dios se compromete a ayudar y proteger a su pueblo. Israel ataca a Amalec que le impide penetrar en la Tierra prometida. La batalla no nos es descrita, ya que el autor tiene otro fin: mostrar al Señor dando la victoria a su pueblo, porque Moisés tiene la mano en alto hacia el cielo.
Con el salmista oramos diciendo: «El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra» ¿Quién es la fuerza de los que anuncian la paz? ¡El Señor que ha hecho el cielo y la tierra! La honda seguridad que respira el salmo 120, ¿no es la que permite a tantos hombres y mujeres cristianos entregar sus vidas a la obra del evangelio?
San Pablo subraya la importancia de la Biblia. La Biblia es la referencia fundamental para cambiar nuestra vida y l*de los demás. La Biblia es la fuente de la predicación cristiana. La Iglesia está comprometida a predicar la Biblia, toda ella y en todas partes. La Biblia está arraigada en la Iglesia, y la Iglesia es servidora de la revelación bíblica. La disponibilidad ante la llamada de Dios, la aplicación al estudio de las Escrituras, la decisión y valentía en la proclamación del evangelio, son algunas de las características que configuran la imagen del misionero. Una imagen que no es nueva; la exhortación de Pablo a Timoteo nos atestigua su antigüedad.
Cuando rezamos, cuando pedimos algo en la oración, estamos pidiendo, de una u otra manera, la venida del Reino de Dios a la humanidad. Como en el «Padre Nuestro». Si nuestra oración es persistente y valiente, sabemos que de alguna manera el Reino ha progresado. El problema está en que no somos capaces de verificar el progreso del Reino —las cosas no parecen mejorar— y estamos tentados de dejar la oración. Pero debemos recordar que Dios tiene sus propios caminos para mejorar las cosas, que no coinciden con nuestros caminos de vista corta. Debemos recordar que no sabemos realmente qué es «mejorar» en un caso dado; a veces rezamos por cosas que no son para mejor; a menudo no sabemos qué acontecimientos son para mejor o para peor. Y debemos también recordar que el Reino de Dios comienza en nuestros corazones, y que no podemos verificar el trabajo de Dios en los corazones humanos.
La insistencia de la oración cristiana no está motivada, ciertamente, por la falta de atención de Dios para con sus hijos. Se funda, más bien, en la seguridad de que la última palabra, en todas las cosas, corresponde a Dios. "Dios hará justicia". Por eso el motivo de la insistencia es el de expresar, parparte de los que suplican, su íntima confianza en la intervención divina. Las enseñanzas de Jesús sobre la oración han de interpretarse en un plano escatológico. Por eso el «sin cansarse nunca» es característica de la espera constante y perseverante exigida por el día de Yahvé y la fórmula «hacer justicia», se relaciona con el día del juicio cuando los afligidos reciibirán al final la salvación. La parábola recuerda la necesidad de orar sin desaliento, aunque parezca que el Señor tarda en hacerse oír. Si un juez inicuo termina por hacer justicia. Dios con  mayor razón hará justicia a sus elegidos, dentro del plazo que El tenga fijado.
Algunas preguntas para pensar durante la semana
1. ¿Me desanimo a menudo con la oración? ¿Por qué?
2. ¿Dejo en manos de Dios los problemas del futuro?

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