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sábado, 19 de noviembre de 2016

DOMINGO 20 DE NOVIEMBRE


34 domingo del tiempo ordinario
JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO
2Samuel 5,1-3: «Ungieron a David como rey de Israel ».
Salmo 122(121): «Qué alegría cuando me dijeron: "Vamos a la casa del Señor"»
Colosenses 1,12-20. «Nos ha trasladado al reino de su Hijo querido»
San Lucas 23,35-43. «Señor, acuérdate de mí, cuando llegues a tu reino»
Este es el último domingo del año litúrgico. Es también la fiesta de Jesucristo Rey.
En la primera lectura recordamos el acontecimiento de David ungido rey de Israel. Pero esta realeza es especial: de acuerdo a la palabra del Señor, David es sobre todo «pastor», jefe espiritual de Israel. Esto nos da una primera señal sobre la naturaleza dé la futura realeza de Cristo.
San Pablo agradece a Dios por pertenecer al reino de Cristo, plenamente presente en la Iglesia. Pertenecer a la Iglesia es tener a Cristo como rey. Así, hemos sido trasladados del pecado a la gracia, de la oscuridad a la luz, de la enemistad a la reconciliación. El reino de Cristo es peculiar; no es como los reinos del mundo. El primado de Cristo en las imágenes de primogénito, cabeza y plenitud, en la mentalidad paulina, significan que la naturaleza humana de Cristo está al frente y en el origen de la humanidad regenerada y de la creación. El texto es más una profesión de fe que un enunciado doctrinal. Lo esencial en el mismo es el primado de Cristo contrapuesto a las discusiones gnósticas de las que Pablo toma el vocabulario.
La investidura real de Jesús se realiza en la Cruz, que viene a ser su trono, la inscripción hace de fórmula y los testigos serían los dos ladrones. El ejercicio de la realeza es ofrecimiento de perdón, incluidos los enemigos. La mayoría de los contemporáneos de Jesús no entendieron el Reino de Cristo. Se aferraron a las ideas sobre un rey temporal, que recrearía la grandeza de Israel. En cuanto a los romanos, despreciaron a Jesús como rey, como leemos en el Evangelio de hoy. Incluso pusieron una inscripción real en la cruz. Para los romanos, Cristo como rey había sido un fracaso.
Pero sorprendentemente -fuera de María y varios otros discípulos- fue un ladrón, crucificado lado a lado con Jesús, el que recibe la gracia de entender qué era Reino de Jesús. Un Reino, no sobre la organización y la administración de este mundo, sino sobre los valores definitivos del ser humano. Un Reino que no iba a liberar al pueblo políticamente, sino del pecado, la muerte y toda forma de deshumanización.
Al final, el «buen ladrón» pide ser recordado en el Reino de la gloria de Jesús. Y Jesús le concede mucho más: invita al hombre, sin tardanza («Hoy estarás conmigo...»), a compartir su Reino. El último robo del buen ladrón fue «robarse el Reino».
Algunas preguntas para pensar durante la semana
1. ¿Te sientes ya parte del Reino de Cristo? ¿Por qué?

2. ¿Qué aporta la Iglesia que ninguna otra institución haga?

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