34 domingo del tiempo ordinario
JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO
2Samuel 5,1-3: «Ungieron a David como rey de Israel ».
Salmo 122(121): «Qué alegría cuando me dijeron:
"Vamos a la casa del Señor"»
Colosenses 1,12-20. «Nos ha trasladado al reino de su
Hijo querido»
San Lucas 23,35-43. «Señor, acuérdate de mí, cuando
llegues a tu reino»
Este es el último domingo
del año litúrgico. Es también la fiesta de Jesucristo Rey.
En la primera lectura
recordamos el acontecimiento de David ungido rey de Israel. Pero esta realeza
es especial: de acuerdo a la palabra del Señor, David es sobre todo «pastor»,
jefe espiritual de Israel. Esto nos da una primera señal sobre la naturaleza dé
la futura realeza de Cristo.
San Pablo agradece a Dios
por pertenecer al reino de Cristo, plenamente presente en la Iglesia.
Pertenecer a la Iglesia es tener a Cristo como rey. Así, hemos sido trasladados
del pecado a la gracia, de la oscuridad a la luz, de la enemistad a la reconciliación.
El reino de Cristo es peculiar; no es como los reinos del mundo. El primado de
Cristo en las imágenes de primogénito, cabeza y plenitud, en la mentalidad paulina,
significan que la naturaleza humana de Cristo está al frente y en el origen de
la humanidad regenerada y de la creación. El texto es más una profesión de fe
que un enunciado doctrinal. Lo esencial en el mismo es el primado de Cristo
contrapuesto a las discusiones gnósticas de las que Pablo toma el vocabulario.
La investidura real de Jesús
se realiza en la Cruz, que viene a ser su trono, la inscripción hace de fórmula
y los testigos serían los dos ladrones. El ejercicio de la realeza es
ofrecimiento de perdón, incluidos los enemigos. La mayoría de los contemporáneos
de Jesús no entendieron el Reino de Cristo. Se aferraron a las ideas sobre un
rey temporal, que recrearía la grandeza de Israel. En cuanto a los romanos, despreciaron
a Jesús como rey, como leemos en el Evangelio de hoy. Incluso pusieron una
inscripción real en la cruz. Para los romanos, Cristo como rey había sido un fracaso.
Pero sorprendentemente
-fuera de María y varios otros discípulos- fue un ladrón, crucificado lado a
lado con Jesús, el que recibe la gracia de entender qué era Reino de Jesús. Un
Reino, no sobre la organización y la administración de este mundo, sino sobre
los valores definitivos del ser humano. Un Reino que no iba a liberar al pueblo
políticamente, sino del pecado, la muerte y toda forma de deshumanización.
Al final, el «buen ladrón»
pide ser recordado en el Reino de la gloria de Jesús. Y Jesús le concede mucho
más: invita al hombre, sin tardanza («Hoy estarás conmigo...»), a compartir su
Reino. El último robo del buen ladrón fue «robarse el Reino».
Algunas preguntas para
pensar durante la semana
1. ¿Te sientes ya parte del
Reino de Cristo? ¿Por qué?
2. ¿Qué aporta la Iglesia
que ninguna otra institución haga?
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