Tercer domingo del tiempo
ordinario – A
EL
REINO DE DIOS: DON Y CONVERSION
Isaías 9, 1-4: «El pueblo
que caminaba en tinieblas vio una luz grande»
Salmo 27(26): «El Señor es
mi luz y mi salvación»
1Corintios 1, 10-13.17:
«Pónganse de acuerdo y no anden divididos»
San Mateo 4, 12-23:
«Recorría toda Galilea, enseñando en sus sinagogas y curando toda enfermedad»
El contenido de la primera
lectura de hoy es la aparición de Mesías en Palestina, como enviado de Dios y
anunciador de su Reino. Un Reino de luz y alegría. Un Reino de liberación de
toda forma de opresión y servidumbre. La profecía nos llega a través de
hermosos símbolos, en acuerdo con el estilo del profeta. El profeta da ánimos a
su pueblo con el anuncio de un futuro mucho mejor, precisamente para Galilea,
la «Galilea de los gentiles», que era una región en que vivían bastantes
paganos en medio del pueblo judío. Era este en verdad un pueblo sumergido en
tinieblas, falto de alegría y esperanza. Pero el profeta les anuncia tiempos
mejores: de las tinieblas pasarán a la luz, de la tristeza a la alegría, de la
esclavitud a la liberación.
El Reino vivido en la
comunidad trae sin embargo problemas. El hombre no deja de aportar las
oscuridades de su corazón siempre latentes. Nos dice san Pablo, en la carta
primera a los Corintios, que en esa Iglesia se presentaban divisiones nacidas
seguramente del deseo de dominar, de ambiciones y rivalidades. Lejos está eso
del proyecto de Dios que es unidad, servicio humilde de unos a otros. Pablo
deja sin piso las pretensiones de quienes se dicen sus seguidores. Presenta la
insustituible persona del Señor Jesús, de su misterio pascual, del bautismo
como adhesión vital a su persona, como centro y fundamento de la fe del cristiano.
La Iglesia, cuando en su historia ha dejado de considerar la centralidad de
Cristo, se ha visto inmersa en conflictos y divisiones.
Jesús se establece en
Galilea y comienza a predicar en cumplimiento de la profecía de Isaías, leída
en la primera lectura. El mensaje es parecido al de Juan en un comienzo: la
conversión necesaria. Jesús anuncia el Reino de cielos, es decir, el «Reinado
de Dios». Este reinado libera a los hombres del pecado. Con Jesucristo ha
comenzado este reinado. La primera palabra que Jesús dirige al hombre en el
evangelio de san Mateo pide una actitud concreta frente a la vida:
Conviértanse. Supone cambio de vida, de rumbo, de mentalidad. Entrar en la
novedad que Dios ofrece y convertirse a él en la totalidad de la vida. Más que
cambios pequeños y coyunturales se necesita el reconocer que algo nuevo se nos
ofrece y lo aceptamos dejando atrás el proceder anterior. Dios invita al hombre
no a ser objeto pasivo de esa acción salvadora sino a entrar dinámicamente en
ella. Lo escenifica llamando de inmediato a cuatro hombres mayores,
comprometidos en el mundo del trabajo. Sus nombres dan realidad histórica a
este hecho, y nos son familiares: Simón, Andrés, Santiago, Juan. Seguir a Jesús
incondicionalmente, sin pedir explicaciones, sin pactar cláusulas, atendiendo
simplemente a una llamada que tiene la fuerza de imperativo, es convertirse. La
vida empieza de nuevo en una forma de trabajo distinto que tiene como
destinatarios a todos los hombres y mujeres del mundo. A partir de entonces
esos cuatro discípulos, a los que se añadirán otros, y luego miles y miles,
hasta el día de hoy, nos dicen hoy que el sentido pleno de la vida se alcanza
compartiendo la misión de Jesús: anunciar la presencia y la eficacia de esa
acción salvadora de Dios.
Algunas preguntas para
pensar durante la semana
1. ¿Qué está impidiendo mi
crecimiento humano y cristiano?
2. ¿De qué modos concretos
el Reino está al alcance de mi mano?
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