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domingo del tiempo ordinario
Practicar
la Palabra de Dios
Isaías 55,10-11: «La lluvia
hace germinar la tierra»
Salmo 65(64): «Nos respondes
con prodigios favorables, Dios Salvador nuestro»
Romanos 8,18-23: «La
creación, aguarda la plena manifestación de los hijos de Dios»
San Mateo 13,1-23: «Salió el
sembrador a sembrar»
Comentario:
Dios ha querido darse a
conocer a su creatura el hombre y revelarle el plan maravilloso que tiene para
él. Ha recurrido entonces a usar palabras de hombre, marcadas sin embargo por
la verdad, la belleza, la eficacia propia de Dios. Su comunicación, llamada la
Revelación, está consignada en la Biblia. La liturgia de hoy está dedicada al
poder transformante de la Palabra de Dios.
Escuchamos en Isaías
comparar la Palabra de Dios con la lluvia y la nieve. Sin ellas la tierra es
estéril. Descienden sobre la tierra, la empapan, la fecundan, la hacen germinar
y producir frutos. Como buen pedagogo Dios nos hace entender la función de su
Palabra: brota de El, viene al hombre que la escucha e impregna su corazón, su
interioridad. Le revela el sentido y la finalidad de su presencia en el mundo.
sobre la Palabra de Dios que garantiza la prosperidad y la justicia que es la
base de la paz. El profeta hace una invitación a la conversión para gozar de la
buena noticia de consuelo y esperanza para el pueblo.
También el salmo 65(64)
sigue con la comparación poética de la vida del campo: la tierra, la acequia de
agua, el riego, la llovizna suave que empapa los terrones, los brotes y, por
fin, la cosecha que llena de gozo al campesino: «Las colinas se orlan de
alegría... los valles se visten de mieses que aclaman y cantan»
Lo que advertía el profeta
Isaías en la 1ª lectura, lo recoge San Pablo en su carta a los cristianos de
Roma. Todos los frutos de la palabra de Dios no son siempre percibidos en el presente.
La Palabra tiene tendencia a una plenitud futura. Esto es lo que S. Pablo está tratando
de decir «Nosotros, aunque ya tenemos los primeros frutos del Espíritu, gemimos
interiormente mientras esperamos la redención de nuestros cuerpos». La
dificultad para alcanzar la vida nueva de resucitados con Cristo, es real. Pero
nuestra esperanza tiene sólidos fundamentos.
En el Evangelio, un día
desde una barca, que es imagen de su Iglesia, Jesús habló a una multitud. Lo
hizo con una parábola. Es una manera de transmitir el mensaje usando comparaciones.
Comparó la Palabra de Dios que él anunciaba con una semilla. Quiso decir que
esa Palabra de Dios quedaría inútil e infecunda si el hombre no la escucha, la
acoge en su corazón, le da la oportunidad de fructificar.
En una siembra se necesita
un sembrador, una semilla, un terreno para ser sembrado por el sembrador con
esa semilla. El sembrador en el caso es Dios mismo. Ha sembrado en el mundo su
palabra desde el comienzo. Lo hizo al darnos a Jesucristo, su Hijo encarnado. Y
éste a su turno hace de sembrador pronunciando lenguaje nuestro. La semilla es
el Reino, o sea, lo que Dios quiere hacer en beneficio temporal y eterno del
hombre. Es esa maravillosa actividad salvadora que a todo lo largo del tiempo
se produce. La parábola de hoy, la del sembrador, si se lee sola (Mt. 13,
3b-9), sin la interpretación alegórica posterior es muy clara en este sentido:
el Reino ha sido sembrado; es cierto que se pierde mucha simiente, pero también
es verdad que hay mucho fruto.
Algunas preguntas para
pensar durante la semana
1. ¿Con qué clase de
"terreno" de la parábola me identifico?
2. Una granizada de 10
minutos destruye el trabajo, el esfuerzo, la esperanza y la ilusión de todo el
año. ¿Sucede eso con la Palabra sembrada en nosotros?
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