Domingo IV de Pascua
Texto del Evangelio (Jn 10,11-18):
En aquel tiempo, Jesús habló
así: «Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas. Pero el
asalariado, que no es pastor, a quien no pertenecen las ovejas, ve venir al
lobo, abandona las ovejas y huye, y el lobo hace presa en ellas y las dispersa,
porque es asalariado y no le importan nada las ovejas. Yo soy el buen pastor; y
conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí, como me conoce el Padre y yo
conozco a mi Padre y doy mi vida por las ovejas …
«Yo soy el buen pastor»
)
Hoy, nos dice Jesús: «Yo soy el buen
pastor» (Jn 10,11). Comentando santo Tomás de Aquino esta afirmación, escribe
que «es evidente que el título de “pastor” conviene a Cristo, ya que de la
misma manera que un pastor conduce el rebaño al pasto, así también Cristo
restaura a los fieles con un alimento espiritual: su propio cuerpo y su propia
sangre». Todo comenzó con la Encarnación, y Jesús lo cumplió a lo largo de su
vida, llevándolo a término con su muerte redentora y su resurrección. Después
de resucitado, confió este pastoreo a Pedro, a los Apóstoles y a la Iglesia
hasta el fin del tiempo.
A través de los pastores, Cristo da
su Palabra, reparte su gracia en los sacramentos y conduce al rebaño hacia el
Reino: Él mismo se entrega como alimento en el sacramento de la Eucaristía,
imparte la Palabra de Dios y su Magisterio, y guía con solicitud a su Pueblo.
Jesús ha procurado para su Iglesia pastores según su corazón, es decir, hombres
que, impersonándolo por el sacramento del Orden, donen su vida por sus ovejas,
con caridad pastoral, con humilde espíritu de servicio, con clemencia,
paciencia y fortaleza. San Agustín hablaba frecuentemente de esta exigente
responsabilidad del pastor: «Este honor de pastor me tiene preocupado (...),
pero allá donde me aterra el hecho de que soy para vosotros, me consuela el
hecho de que estoy entre vosotros (...). Soy obispo para vosotros, soy
cristiano con vosotros».
Y cada uno de nosotros, cristianos, trabajamos apoyando a los pastores, rezamos por ellos, les amamos y les obedecemos. También somos pastores para los hermanos, enriqueciéndolos con la gracia y la doctrina que hemos recibido, compartiendo preocupaciones y alegrías, ayudando a todo el mundo con todo el corazón. Nos desvivimos por todos aquellos que nos rodean en el mundo familiar, social y profesional hasta dar la vida por todos con el mismo espíritu de Cristo, que vino al mundo «no a ser servido, sino a servir» (Mt 20,28).
Y cada uno de nosotros, cristianos, trabajamos apoyando a los pastores, rezamos por ellos, les amamos y les obedecemos. También somos pastores para los hermanos, enriqueciéndolos con la gracia y la doctrina que hemos recibido, compartiendo preocupaciones y alegrías, ayudando a todo el mundo con todo el corazón. Nos desvivimos por todos aquellos que nos rodean en el mundo familiar, social y profesional hasta dar la vida por todos con el mismo espíritu de Cristo, que vino al mundo «no a ser servido, sino a servir» (Mt 20,28).
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