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sábado, 28 de julio de 2018

DOMINGO 29 DE JULIO





17 domingo del tiempo ordinario
Nos cuesta desprendernos y dar
Evangelio: san Juan 6,1-15: Jesús sació el hambre de una multitud
Puede que en nuestra vida no hayamos descubierto el puesto trascendental que el necesitado ocupa en el corazón de Dios y, al ser cortos de vista, busquemos excusas ¿Puede remediar algo este poco que doy, siendo las necesidades tan grandes? En el fondo son excusas que encubren nuestro egoísmo. La verdad es que nos cuesta desprendernos y dar.
Dios no espera que nosotros arreglemos todo. El espera que nosotros demos lo que nos incumbe dar; El se compromete a cubrir el resto. Cuando el hombre se compromete a dar, en nombre de Dios, ese poco que tiene y que pertenece al pobre, entonces vendrá el milagro.  Dios, Salvador de Israel, se complace en manifestar su fuerza liberadora de las situaciones límite en que se encuentra el pueblo: sea la esclavitud de Egipto, sea la esterilidad de sus mujeres, sea la opresión de los enemigos, sea la enfermedad, o el hambre y necesidad.
Lo importante es que el Señor no encuentre resistencia egoísta en quien puede colaborar en la disminución de las necesidades existentes en los hombres. No se justifica que «nos guardemos» aquello poco con lo que podemos colaborar. Lo que no podamos hacer nosotros lo hará el Señor si ponemos en su mano nuestra generosidad. La desproporción  queda más recalcada en el Evangelio de hoy donde Jesús sacia el hambre de cinco mil personas con cinco panes y dos peces.
Dar, el «saber dar», no es tarea fácil. Resulta poco agradable conjugar este verbo en todos sus tiempos y, sin embargo, el cristiano tiene que comprometerse en ello. «Da a todo el que te pida, y al que tome lo tuyo, no se lo reclames»   dice el Señor. No resulta fácil comprender el sentido cristiano de esta «donación», en una sociedad donde domina la voracidad, el afán de posesión, el deseo insaciable de tener más que los demás... aunque sea a su costa. La Liturgia de hoy nos ilumina sobre esta actitud vital de Dios y del cristiano. Dios da siempre, y el cristiano está llamado a transmitir este rostro del Dios que da.
El valor del compartir
Jesús, el Señor, con cinco panes y dos peces quita el hambre de una gran multitud de personas. En primer lugar vemos que Jesús les estuvo hablando de Dios largamente, porque "no sólo de pan vive el hombre".
Y ahora nos quiere mostrar que Dios no abandona al que confía en él. Y realiza el gran milagro. Pero puede realizar el milagro gracias a la actitud acogedora de la gente que se sienta en el suelo cuando él se lo indica (esto ya es un verdadero milagro de confianza), y la generosidad de aquel muchacho que puso en sus manos lo poco que tenía: cinco panes y dos peces. El muchacho no se los guardó para él "porque era lo único que tenía y lo necesitaba", sino que lo ofreció al Señor. Y las cosas pequeñas, puestas en las manos del Señor, producen verdaderos milagros.
«A Dios rogando y con el mazo dando»
Dios no puede gobernar al mundo a base de milagros. Sería como gobernarlo a base de "decretos". El milagro es un "signo" que nos indica que Dios no abandona al mundo creado por El.
A propósito del prodigio que hace Jesús con los panes, de este "signo" realizado por el Señor, cabe preguntarse: ¿cuántos de aquellas personas pasarían del signo a lo significado, de la emoción a la fe, del Cristo milagrero al Cristo Salvador? Jesús tuvo que retirarse al silencio de la noche para hacer oración al Padre y pensar que aquel pueblo (como el nuestro), aparte de la urgente necesidad de pan, tenía mucha necesidad de luz.
La solución que ofrece Jesús es la de poner a disposición de todos lo poco o mucho que tengamos. Pero Jesús, antes de proceder a dar de comer a la multitud necesitada, pronunció la acción de gracias al Padre. Sólo cuando reconocemos que nuestros bienes son regalo del Padre a la Humanidad, podemos ponerlos al servicio de los hombres. Al restituir a Dios con su acción de gracias los bienes de la tierra, Jesús los orienta hacia su verdadero destino que es la comunidad de todos los hombres.

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