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domingo del tiempo ordinario
Nos
cuesta desprendernos y dar
Evangelio:
san Juan 6,1-15: Jesús sació el hambre de una multitud
Puede que en nuestra vida no
hayamos descubierto el puesto trascendental que el necesitado ocupa en el
corazón de Dios y, al ser cortos de vista, busquemos excusas ¿Puede remediar
algo este poco que doy, siendo las necesidades tan grandes? En el fondo son
excusas que encubren nuestro egoísmo. La verdad es que nos cuesta desprendernos
y dar.
Dios no espera que nosotros
arreglemos todo. El espera que nosotros demos lo que nos incumbe dar; El se
compromete a cubrir el resto. Cuando el hombre se compromete a dar, en nombre
de Dios, ese poco que tiene y que pertenece al pobre, entonces vendrá el
milagro. Dios, Salvador de Israel, se complace
en manifestar su fuerza liberadora de las situaciones límite en que se
encuentra el pueblo: sea la esclavitud de Egipto, sea la esterilidad de sus
mujeres, sea la opresión de los enemigos, sea la enfermedad, o el hambre y
necesidad.
Lo importante es que el
Señor no encuentre resistencia egoísta en quien puede colaborar en la
disminución de las necesidades existentes en los hombres. No se justifica que
«nos guardemos» aquello poco con lo que podemos colaborar. Lo que no podamos
hacer nosotros lo hará el Señor si ponemos en su mano nuestra generosidad. La
desproporción queda más recalcada en el
Evangelio de hoy donde Jesús sacia el hambre de cinco mil personas con cinco
panes y dos peces.
Dar, el «saber dar», no es
tarea fácil. Resulta poco agradable conjugar este verbo en todos sus tiempos y,
sin embargo, el cristiano tiene que comprometerse en ello. «Da a todo el que te
pida, y al que tome lo tuyo, no se lo reclames» dice el
Señor. No resulta fácil comprender el sentido cristiano de esta «donación», en
una sociedad donde domina la voracidad, el afán de posesión, el deseo
insaciable de tener más que los demás... aunque sea a su costa. La Liturgia de
hoy nos ilumina sobre esta actitud vital de Dios y del cristiano. Dios da
siempre, y el cristiano está llamado a transmitir este rostro del Dios que da.
El
valor del compartir
Jesús, el Señor, con cinco
panes y dos peces quita el hambre de una gran multitud de personas. En primer
lugar vemos que Jesús les estuvo hablando de Dios largamente, porque "no sólo
de pan vive el hombre".
Y ahora nos quiere mostrar
que Dios no abandona al que confía en él. Y realiza el gran milagro. Pero puede
realizar el milagro gracias a la actitud acogedora de la gente que se sienta en
el suelo cuando él se lo indica (esto ya es un verdadero milagro de confianza),
y la generosidad de aquel muchacho que puso en sus manos lo poco que tenía:
cinco panes y dos peces. El muchacho no se los guardó para él "porque era
lo único que tenía y lo necesitaba", sino que lo ofreció al Señor. Y las
cosas pequeñas, puestas en las manos del Señor, producen verdaderos milagros.
«A
Dios rogando y con el mazo dando»
Dios no puede gobernar al
mundo a base de milagros. Sería como gobernarlo a base de "decretos".
El milagro es un "signo" que nos indica que Dios no abandona al mundo
creado por El.
A propósito del prodigio que
hace Jesús con los panes, de este "signo" realizado por el Señor,
cabe preguntarse: ¿cuántos de aquellas personas pasarían del signo a lo
significado, de la emoción a la fe, del Cristo milagrero al Cristo Salvador?
Jesús tuvo que retirarse al silencio de la noche para hacer oración al Padre y
pensar que aquel pueblo (como el nuestro), aparte de la urgente necesidad de
pan, tenía mucha necesidad de luz.
La solución que ofrece Jesús
es la de poner a disposición de todos lo poco o mucho que tengamos. Pero Jesús,
antes de proceder a dar de comer a la multitud necesitada, pronunció la acción
de gracias al Padre. Sólo cuando reconocemos que nuestros bienes son regalo del
Padre a la Humanidad, podemos ponerlos al servicio de los hombres. Al restituir
a Dios con su acción de gracias los bienes de la tierra, Jesús los orienta
hacia su verdadero destino que es la comunidad de todos los hombres.
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