TERCER DOMINGO DE ADVIENTO
-C
DOMINGO
DE GOZO Y ESPERANZA
Evangelio san Lucas 3,10-18:
Qué debemos hacer nosotros”
Este Domingo tercero de
adviento lo designa la liturgia como el «Domingo de la alegría mesiánica», de
gozo y esperanza. Todo el ambiente que vivimos en la ciudad nos está hablando
de la Navidad. La preparación de Navidad que se hace en la ciudad, incluso en
nuestras familias no ayuda a preparar la «Navidad cristiana» que nosotros hemos
de vivir.
En el Adviento, camino de
preparación, se nos van ofreciendo unas metas a nuestra esperanza navideña: -
el primer Domingo se nos afirmaba: «¡el Señor vendrá!». - el segundo Domingo
nos invitaba: «¡preparemos el camino para recibirlo!». - el tercer Domingo,
hoy, se nos dice: «¡estén alegres porque el Señor está cerca!». La proximidad
del Señor trae alegría porque es portador de la paz. Nos preparamos a la
celebración pidiendo perdón por todos nuestros pecados:
El camino de Dios
Dios se propone llevar más
lejos su mensaje salvador. Su palabra se enriquece al determinar la
encarnación. La promesa de estar en medio de su pueblo se va a realizar portentosamente.
El proyecto de Dios no se queda en victorias temporales, ante enemigos
transitorios de los pueblos. Dios abre al hombre una perspectiva que sobrepasa sus
inquietudes inmediatas: le ofrece entrar desde ahora en el misterio de su vida
divina. “Como quiere sacarnos de nosotros mismos, ha querido salir de si mismo
y entrar en nuestras pequeñeces y en nuestra humanidad, para hacernos entrar un
día en las grandezas eternas de su divinidad” Ha determinado seguir para ello
un camino muy a la manera humana. Primero hacerse anunciar por un profeta
lejano, Sofonías, que pronuncia una palabra de gozo y esperanza, y luego por un
profeta del tiempo del Jesús, Juan el Bautista. Aparece éste agitando la
bandera que convoca a prepararse de inmediato para la entrada de Dios en el
mundo. La gente de su tiempo lo escucha, lo sigue, y él interroga a cada uno,
lo enfrenta con su situación y su necesidad.
«¿Qué debemos hacer?»
La figura de Juan Bautista
inaugura esos tiempos de la dicha mesiánica que no han pasado y durarán hasta
el final. Es el hombre que marca la diferencia en medio del pueblo. Su voz
profética conmueve y sacude la conciencia. Su austeridad y su vida en el desierto
lo han capacitado para el encuentro con Dios y con el pueblo. Su palabra es para
hoy tan fuerte y actual como entonces. Abre el camino que Cristo más tarde dirá
que es angosto pero que lleva a la vida.
Subrayemos que el texto
evangélico repite varias veces la pregunta: «¿Qué debemos e hacer?». Y Juan
Bautista da respuestas adecuadas a cada situación. No contesta invitando a
abandonar las tareas propias, sino indicando el modo de llevarlas a cabo como
corresponde a personas realmente convertidas. La respuesta de Juan es dura,
inaceptable de seguro para muchos: Compartir. Llevamos en el corazón una necesaria
solidaridad que no se basa en razones puramente humanas de filantropía.
Somos hermanos, hijos todos
del mismo Padre. Llevamos todos la imagen de Dios en el mundo. Tenemos esa
realidad que nos pasa desapercibida pero que es la verdadera, la que el tiempo
no deteriora ni destruye.
Los ejemplos de Juan deben
traducirse a nuestra cultura y nuestro medio pero siguen siendo urgentes y
obligantes. «El que tenga dos túnicas que se las reparta con el que no tiene...
El que tenga comida que haga lo mismo»... Los bienes terrenos son relativos y
funcionales. El proyecto de Dios es que todos gocen de cuanto él generosamente
regó por todo el universo. Un día, con fuerza profética nos dirá que hace salir
el sol sobre buenos y malos, llover sobre justos e injustos... No hace mucho leímos
de un rico que compartió la mayor parte de su inmensa fortuna. Dios toca el corazón.
La pregunta «qué debemos de
hacer» indica que la conversión cristiana no implica únicamente una forma de
pensar, sino también una forma de vivir. La respuesta de Juan n o es, en ningún
momento, una invitación a dejar la situación en que cada uno se encuentra, sino
a vivirla sin pecado. Ninguna invitación, pues, a quedarse en el desierto, sino
a continuar en plena historia con un espíritu de espera para cuando el Señor
vuelva.
En la misma línea, el
mensaje de San Pablo a los Filipenses es una respuesta a esta misma pregunta:
se trata de una exhortación a vivir en la alegría, por la presencia del Señor,
a vivir en la paz y en la seguridad de Dios, a dar testimonio de ello en la
vida y a orar con confianza.
«Ven, Señor Jesús»
«El pueblo estaba
expectante». Los primeros cristianos esperaban con ansia la segunda venida del
Señor: El Espíritu y la Esposa dicen: «¡Ven! Y aquel que escuche repita: ¡Ven!».
¿Atiendo yo a la venida del Señor o estoy del todo inmerso en la vida material,
y por tanto, atraído desordenadamente por todo lo que pasa?
En la tradición cristiana
Juan Bautista es el mensajero que prepara al pueblo a la primera venida del
Señor Jesús, el Mesías. La Iglesia ha recibido la misma misión de preparar el
camino del Señor que viene: «¡Sí, vendré pronto!».
Parte integrante del mensaje
evangélico de Lucas es la necesidad de la conversión; «metanoia», o sea, el
cambiar la propia mentalidad por el modo de pensar y obrar de Dios. Muchas
veces encontramos en el Evangelio de Lucas escenas en la que la misericordia de
Dios se manifiesta en Jesucristo para los pobres y los humildes de corazón.
Estas escenas contrastan con el tratamiento severo reservado a los ricos y
orgullosos que tienen el corazón duro y cerrado para Dios y para el prójimo
necesitado.
4. ORACION: ¿QUE LE DECIMOS
NOSOTROS a DIOS?
Oh Verbo, esplendor del
Padre, en la plenitud de los tiempos, Tú has bajado del cielo, para redimir al
mundo. Tu evangelio de paz nos libre de toda culpa, infunda luz a la mentes, esperanza
a nuestros corazones.
Concédenos la gracia de
vivir y obrar, como Tú, según la Voluntad del Padre, para que, guiados e
instruidos por tu Palabra, sepamos cómo proceder en nuestra vida diaria.
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