4° DOMINGO DE ADVIENTO -C
Esperanza
gozosa
Evangelio:
san Lucas1, 39-45
Navidad reviste para
nosotros una explosión de júbilo en nuestra sociedad. Quizás no siempre
valorada como se debe. Porque detrás de todas esas manifestaciones de alborozo
está el misterio que ha dado origen a ese tiempo especial. Es posible que esa
bulliciosa expresión de regocijo nos impida contemplar el misterio. Hagamos la
pausa un tiempo. Silenciemos el corazón y simplemente contemplemos, sin
palabras y con asombro, lo que estamos celebrando.
Navidad es fuente de
esperanza y de compromiso de testigos. Miqueas caminaba con su pueblo hacia
Jesús. No lo vio con sus ojos pero lo percibió con su larga mirada de profeta.
Jesús al nacer nos ofrece el camino seguro de nuestro andar por el mundo y el
tiempo. Es Dios que sale de su misterio, nace, comparte nuestra condición y nos
lleva con él hacia el Padre para una consumación feliz. Y ahí está nuestro
compromiso: vivir en este mundo como hijos de Dios que en Navidad han
descubierto el plan divino que hace nacer a Dios entre nosotros. Navidad es
acoger como Isabel esa visita y cumplir nuestra misión en el mundo, no
instalados definitivamente en él, sino peregrinos con Jesús hacia el misterio
de Dios.
Feliz
Navidad
En la humildad de nuestra
carne... No nos cansemos de meditar y ahondar en el misterio de Cristo, Dios
encarnado que entra al mundo. No nos acostumbremos a ese misterio central de
nuestra fe de modo que se nos haga corriente y carente de relieve. Dios no
viene a dominar el mundo con poder sino a salvarlo por amor. Por eso llega en
la humildad de nuestra carne, no hace ostentación de su poder; por eso nace en
un lugar pequeño y desconocido, de personas que en su mundo eran comunes y
corrientes, pertenecientes al mundo de los pobres. La Iglesia debe reencontrar
ese camino de humilde y eficaz servicio,
huyendo de ostentaciones y asumiendo su vocación de servidora de la humanidad.
Debe mostrarse ante el mundo, como Jesús, apoyada en el poder de Dios que está
siempre al servicio de los que lo acogen y reciben con un corazón de pobre.
Navidad es tiempo de
silencio, de contemplación, de apertura al misterio de Dios que quiso pasar por
la infancia, con el silencio del infante, con la pequeñez y dependencia del
recién nacido, para asumir en plenitud nuestra condición humana y llenarla de
su misterio divino. Cuánto tiene que aprender la Iglesia en su pastoral de hoy
de la humildad de Dios en este misterio. Una humildad que no es apocamiento
sino conciencia profunda de que quien obra es el poder de Dios encerrado en la
humildad de nuestra carne. En medio del ruido que acompaña esta fiesta hagamos
un paréntesis de silencio y meditemos, contemplemos y amemos.
Alabar como María
El Adviento Litúrgico es una
invitación insistente que nos hace la Iglesia a unir nuestra voz filial al coro
de alabanzas en honor de María: «Ella, por el poder inefable del Espíritu
Santo, llevó con amor en sus purísimas entrañas al que habría de nacer entre
los hombres y en favor de los hombres».
Belén (casa del pan) es un
pueblo muy familiar para los cristianos. Estos días de Navidad repetiremos
muchas veces este nombre. El profeta anuncia lo que hará gloriosa a esta
pequeña ciudad: ser el lugar del nacimiento del pastor-rey de Israel. Allí
nació el rey David y allí pondrá el evangelista Lucas el nacimiento de Jesús.
El profeta insiste en el fruto de este nacimiento: «esta será nuestra paz».
Escuchando esta profecía adivinamos el significado de las palabras angélicas de
la noche de Navidad: «En la tierra paz a los hombres...».
Misterio de Cristo
El mensaje de la carta a los
Hebreos es una entrada en profundidad en el misterio de la persona de Cristo.
Este, del que habla proféticamente Miqueas como pastor de orígenes remotos (1a.
lectura), y que es el «Señor» que María lleva en su seno, es el enviado de
Dios, dispuesto a cumplir en todo su voluntad; es el sacerdote por naturaleza,
mediador entre Dios y los hombres, que se ofrece desde el primer instante de su
presencia en el mundo para dar cumplimiento perfecto a la comunión entre Dios y
los hombres, que no lograban los sacrificios antiguos.
El texto de la carta los
Hebreos, como preparación inmediata de la Navidad, enlaza también la
Encarnación con la pasión del Siervo, y de esta manera muestra la unidad de
todo el Misterio Pascual de Cristo. (Las narraciones del nacimiento y de la
primera infancia de Jesús desarrollarán este paralelismo entre «Nacimiento» y
«Misterio Pascual».
Enseñanza sobre la Virgen
María
La escena de la Visitación
nos ilumina dos valores riquísimos de la Mariología: a) María en camino,
aprisa, ascendiendo a la Montaña, es para todos nosotros modelo de
disponibilidad, diligencia y optimismo en secundar las inspiraciones.
¡Adelante! ¡Arriba! ¡Aprisa! Programa de fervorosos y valientes; de quienes
viven en fe, esperanza y caridad. Programa muy apropiado a los hijos de l a
Virgen.
b) El Mesías es Sol divino
que se enciende en el cielo de María; María es su aurora. Y para todos, la
manera más suave y más segura de encontrar a Cristo será encontrar a su Madre;
y todos de brazos de María recibiremos al Hijo de Dios encarnado en su seno
virginal La presencia santificadora de Jesús en casa de Juan, recluido en el
seno de su madre Isabel, tiene lugar por mediación de María. María «visita» =
hace su «adviento» en casa de Zacarías, y así se cumple en principio la
esperanza mesiánica: ¡El Señor vendrá a salvar a su pueblo! El tema del arca
portadora de la presencia misteriosa de Dios en medio de su pueblo es el
trasfondo de esta escena.
María y la Iglesia
La figura de María, en este
misterio, adquiere una fuerte dimensión eclesiológica: en el seno de María fue
llevado Jesús durante nueve meses; en el tabernáculo de la fe de la Iglesia,
Jesús es llevado hasta la consumación de los siglos. La Iglesia, a la vez que
espera al Señor, también lo lleva.
4. ORACION: ¿QUE LE DECIMOS
NOSOTROS a DIOS?
Te damos gracias, Padre, por
las veces que has visitado y visitas a tu pueblo. Tus intervenciones, a través
de los hechos humanos, son muestras de tu presencia. Visitas a las estériles para
hacerlas fecundas, a los mudos para que hablen y a los oprimidos para
liberarlos. Nos visitas en las alegrías y tristezas, en nuestras cerrazones y
aperturas, en nuestras reuniones y dispersiones.
Sales al encuentro de los
hombres y mujeres, nos visitas cuando soñamos despiertos y cuando dormidos
tenemos un sueño. Gracias, Señor Dios nuestro. Queremos, mientras nos
preparamos para la Navidad, reconocer hoy el «tiempo de la visita». Gracias por
no tener nada que guardar, ya que todo lo esperamos de Ti.. Gracias por el
alumbramiento de María, la Madre del Señor. Gracias por todos los hombres y
mujeres que visitan a sus hermanos con entrañas de gracia y misericordia.
No quieres ni aceptas,
Padre, «sacrificios ni ofrendas, holocaustos ni víctimas expiatorias. Por eso,
«aquí estamos, Dios nuestro, para hacer tu voluntad», es decir, la voluntad de
tu enviado, Jesucristo.
Acuérdate hoy de nuestras
madres, hermanas e hijas, de todas las mujeres que desean concebir hijos
inocentes, llenos de alegría y salud.. Acuérdate de nuestros padres, hermanos e
hijos, que desean concebir un mundo nuevo, una humanidad justa, una sociedad
sin clases. Amén.
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