6 de enero
Manifestación
del salvador a todos los Pueblos de la Tierra
Evangelio: san Mateo 2,1-12:
“cayeron de rodillas y le adoraron”
Hemos celebrado en estos
días la memoria del nacimiento de Jesús, Señor y Salvador del mundo. De seguro
nos hemos interrogado por qué el Hijo de Dios nace en la oscuridad de una
noche, en un sitio remoto y pobre, apenas reconocido por María y José y por
unos cuantos pastores, incluso malfamados. Si de nosotros hubiera dependido,
habríamos dado a este acontecimiento que divide la historia, la mayor
solemnidad externa posible y hubiéramos convocado el mayor concurso de gente,
ávida de sentir lo maravilloso. Son distintos los procederes de Dios. El mundo
debía conocer la presencia del Hijo de Dios, Mesías, entre los hombres. La
fiesta de la Epifanía del Señor nos ofrece el momento de ese encuentro entre
unos buscadores de Dios, los magos, y el niño recién nacido que los ángeles
anunciaron gozosos proclamando: Hoy les ha acido un salvador. Epifanía
significa manifestación, descubrir y exhibir lo que permanecía oculto.
«Dios
con rostro de hombre»
La vida religiosa, muy
especialmente la vida cristiana, es un encuentro entre Dios que busca al hombre,
porque lo ama, para hacerlo participar de su misterio divino, y el hombre, que
lleva en su mismo ser el llamado a superar la barrera del tiempo y del espacio
para encontrarse con Dios. El hombre tiene que llegar a descubrir que la
necesidad que siente de salir de su inmanencia y dar el paso de la
trascendencia solo se satisface cuando entra en relación personal de amor con
Dios.
Nunca meditaremos lo
bastante en el misterio de la Encarnación: que Dios se haga hombre y quiera
compartir nuestra condición, hacerse semejante en todo a nosotros, menos en el
pecado. Que haya querido pasar también por la infancia con todo lo que ella
significa de pobreza, dependencia, silencio, humildad, debilidades. Incluso,
verlo reducido a este estado, puede despertar en nosotros sentimientos de
compasión. Esa meditación en este misterio nos debe llevar a abrirnos plenamente
a la acción divina que nos llega en Jesús Niño. El es la «Palabra silenciosa
del Padre» (San Juan Eudes) que tiene mucho para decirnos; es el amor del
Padre, encarnado en la pequeñez de un niño, que nos pide una respuesta de amor;
es un llamado a seguir un camino espiritual que reclama de nuestra parte un
compromiso a hacernos conformes a su imagen.
Esta experiencia de Dios en
nosotros nos viene escenificada en esta fiesta de la Epifanía. Esta palabra
significa manifestación: Acción mediante la cual Dios se hace sensible, cercano
a los ojos para verlo, al oído para escucharlo, al tacto para tocarlo. Dios ya
no es solo el Ser infinito que consideramos remoto e incluso ajeno a nosotros,
sino el Dios encarnado, cercano, capaz de ser encontrado en un sitio en nuestro
mundo, «Dios con rostro de hombre» (Benedicto XVI).
Otra
fiesta de la Luz
Tanto en Roma como en Egipto
y Oriente, las fiestas del 25 de diciembre y del 6 de enero tenían mucho que
ver con la luz: la luz cósmica que, por estas fechas, empieza en nuestras
latitudes a «vencer» a la noche, después del solsticio de invierno que es el 21
de diciembre. De ahí es fácil el paso a la luz de Cristo, el verdadero Sol que
ilumina nuestras vidas. Ya Isaías anunciaba todo el programa de salvación de
Dios bajo el símbolo de la luz: «llega tu luz, la gloria del Señor amanece
sobre ti». Alrededor, «las tinieblas cubren la tierra», pero «sobre ti amanecerá
el Señor». Además, el Pueblo elegido debe ser como un faro evangelizador para
los demás: «y caminarán los pueblos a tu luz».
Eso se cumple en lo que nos
narra el evangelio. Los Magos de Oriente, después de la fallida consulta a las
autoridades de Israel, «se pusieron en camino y de pronto la estrella que
habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde
estaba el Niño». Nuestra actitud de acogida del misterio de la Navidad debería
ser una actitud de apertura a la luz: «que tu luz nos disponga y nos guíe
siempre para que contemplemos con fe pura y vivamos con amor sincero el misterio
del que hemos participado».
En la bendición solemne que
en esta fiesta traza el sacerdote sobre la comunidad, al final de la celebración,
se afirma que «Dios os llamó de las tinieblas a su luz admirable», que «Cristo
se ha manifestado hoy al mundo como luz en la tiniebla» y que al final de la
vida nuestro destino es que «lleguemos a encontraros con Cristo, luz de luz».
Dos
actitudes: hay que decidir
Aparece el contraste entre
la postura oficial de rechazo por parte del pueblo escogido y la aceptación de
los paganos por acoger el plan de Dios. ¡Qué diferencia de actitud en las
personas! Esos personajes que vienen desde lejos, obedientes a una intuición
misteriosa, llegan hasta Jesús, lo reconocen como el enviado de Dios y «cayendo
de rodillas, lo adoran». Mientras que las autoridades de Jerusalén, tanto
políticas como religiosas, empezando por el rey Heredes –que emprendió la
construcción del Templo, pero se hizo famoso sobre todo por su crueldad- se
asustan de lo que puede significar esa estrella y ese «rey» recién nacido. Y no
saben reconocerlo.
En estos personajes quedan
prefiguradas las dos actitudes ante el evangelio de Jesús: el rechazo por parte
del pueblo de Israel y la aceptación por parte de los paganos. Las posturas
engreídas, autosuficientes, los que creen saberlo todo, no tienen acceso a la
Verdad, son incrédulos y viven en tinieblas. ¡Jesús es de todos! La luz nace
para todos, así es Jesús: para los de cerca y para los de lejos; es la gloria
del Señor anunciada por Isaías: una convocación universal. Jesús saca de
cualquier prejuicio, provoca el éxodo de la fe y se hace Camino que hay que
recorrer.- Finalmente, Jesús actúa como señal de contradicción: unos lo adoran,
otros maquinan. Su manifestación compromete y divide. Con Jesús ha llegado el
juicio fundamental: los que no creen ya están condenados.
Caminar
y buscar
Es verdad que los Magos nos
dan un gran ejemplo. Aunque de ellos no se nos dice ni cuántos son, a qué se
dedican o de dónde proceden con exactitud, sí se ve que son personas que se
ponen en camino, buscan la luz y la verdad, y quieren responder a la llamada
que intuyen que les viene de Dios, venciendo con su fe las distancias y las
dificultades y la acogida un tanto fría de las autoridades de Jerusalén. Todos
necesitamos esta actitud de búsqueda y de disponibilidad, porque también
nuestra fe es camino y búsqueda.
Ser
universales
La
fiesta de hoy nos recuerda que hemos de ser universales. Dios es universal en
su plan de salvación y quiere que también nosotros lo seamos. Ahora que se da
cada vez más en todas partes una mezcla de culturas y razas, por la creciente
inmigración de otros pueblos, tal vez la lección más apremiante de la fiesta de
hoy es que aprendamos de Dios a ser más abiertos de corazón: Ël quiere la
salvación de todos los pueblos y razas, porque es el Padre de todos, y nos
enseña a actuar así también a nosotros, con espíritu misionero, pero con
corazón tolerante y solidario, comprensivo para todas las opiniones y culturas
religiosas. Como Cristo que, a lo largo del Evangelio, aparece como nuestro
mejor maestro y modelo de acogida a todos.
- Ser universales significa,
en el nivel eclesial, que no nos encerremos en nuestro grupo o movimiento o
cofradía, sino que nos abramos a la cooperación con los demás y tengamos una visión
global de la Iglesia, no como patrimonio de un grupo o de una cultura.
- En el nivel social, ser
universales significa que seamos claramente pluralistas, aceptando a las personas
de otra raza y cultura, también religiosa, venciendo en nosotros mismos todo
brote de «racismo», que no necesariamente se nota en nuestra relación con
personas de otra raza, sino también de otra cultura, edad, opiniones políticas,
etc.
- Ser universales en el
nivel familiar o comunitario quiere decir ser tolerantes, capaces de dialogar,
abiertos a los demás, no cerrados en nuestros gustos y blandiendo sólo nuestros
derechos. Los Magos nos ofrecen un gran regalo: el ejemplo de su actitud
acogedora: * dejarnos guiar, como ellos, por los signos del cielo: ¡mirar más
al cielo que a la tierra! -* dar acogida en nuestras vidas a lo que significa
Jesús como Salvador. -* y ofrecerle lo que tengamos: riqueza-pobreza;
virtud-pecado; salud-enfermedad; alegrías-preocupaciones
La
Epifanía hoy
Nuestro mundo necesita una
perpetua Epifanía. Nunca nos faltará la luz que debe guiarnos hasta Jesús: la
Palabra de Dios, el testimonio de los creyentes, el amor comprometido en nombre
del Señor que ilumina la existencia de los oprimidos... La misma técnica que
facilita la vida del hombre debe convertirse en una luz que ilumine al hombre y
le haga descubrir que más allá de esa técnica, que parece ilimitada, está el
Misterio de Dios que supera infinitamente todos los logros del hombre. María,
que presenta a Jesús al mundo, tiene puesto en esta búsqueda. Ella también es
una aurora que nos lleva a
Jesús-Despojándonos del lenguaje de los símbolos y de la escenografía que lo
acompaña, meditemos en la enseñanza central que nos ofrece esta solemnidad de
la Epifanía del Señor. Buscamos como los magos al Señor porque primero Él nos
ha buscado para ofrecernos su vida. Ha iluminado nuestro camino a través de su
Palabra, de personas que nos han encaminado hacia él como nuestros padres y
maestros. Es preciso que tengamos sed del encuentro con el Señor. Que no nos
desanimen los primeros obstáculos. María, madre nuestra, nos ofrece a Jesús.
Silenciosamente lo va
haciendo encontradizo para nuestra búsqueda. Lo reconocemos como nuestro Dios y
Señor y le tributamos nuestro homenaje. Más que regalos le entregamos nuestra
vida y la de todos los que amamos. Una vez que lo hemos descubierto como
nuestro Salvador, caminamos a su luz por la nueva senda que se nos abre en la
existencia y nos hacemos sus apóstoles y testigos. Así debe ser la Epifanía
para nosotros y para el mundo de hoy: llamada y manifestación de quien es la
única y la máxima esperanza nuestra y del mundo en que vivimos.
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