Dios llama a cada uno
diferentemente
Evangelio: san Lucas 9, 51-62: ”Te seguiré a donde vayas”.
Cuando escuchamos hablar de
vocación pensamos en quienes siguen el camino del sacerdocio o de la vida
consagrada en comunidad religiosa. Y decimos, quizás con cierta satisfacción o
con nostalgia: Yo no tengo vocación. Pero no es cierto. Vocación significa
llamado. En el plan de Dios todos tenemos llamado o vocación. Nadie viene a este
mundo voluntario sino llamado por Dios a la vida y llamado para una obra grande
que es la realización del plan divino de la salvación. La vida cristiana
consiste en seguir a Jesucristo que nos invita con urgencia a continuar y
completar su vida en nosotros.
Somos seguidores de DIOS.
- En todas las religiones se
han dado los seguidores de los maestros, como los verdaderos discípulos. En la
Escritura: Elíseo recibe las enseñanzas de Elias; el profeta Isaías tiene sus
discípulos; Profetas y Sabios tienen sus seguidores. - Los acontecimientos del
pueblo se perciben como lugar de encuentro con Dios; por eso cada uno
responderá a esa voluntad de Dios a través de la Historia personal y colectiva.
De esta forma expresa cada uno su fidelidad a la alianza, al Pacto de unión de
Dios con su pueblo. - - Surgirán guías del pueblo para ayudarle en esa
respuesta de fidelidad personal, pero llegará el tiempo en que el mismo Dios
infundirá sus enseñanzas y todos serán "discípulos de Dios". El creyente deberá estar a la escucha de Dios
para responderle en cada momento.
Somos seguidores de JESUS
Jesús hace un llamamiento
universal: a todos. De entre ellos, escoge a los Doce. Luego llama y envía a
los setenta y dos, como seguidores que comparten la vida (convivencia) y se
dejan modelar por la enseñanza y asumen algún cargo confiado por el Maestro. -
Pero hay diferencias entre el magisterio de Jesús y el de los doctores de la
Ley: no “comenta” la ley, sino que quiere restituirle su sentido originario: no
es un inventario de normas, sino un camino de vida; ayuda a leer los
acontecimientos como intervenciones de Dios; se resume en el encuentro con el hermano
por el amor, más que en prácticas simplemente externas de “observancia” legal.
- La invitación constante de
Jesús es a hacerse discípulos del Señor, Dios vivo, mediante su seguimiento, no
de carácter doctrinal, sino personal. -El discipulado es como adhesión a la
Persona de Cristo, para siempre, acompañándolo, conformando la vida a la suya,
llevando su cruz, compartiendo sus destinos.
El seguimiento de Cristo pide
abandonar las seguridades meramente humanas (la madriguera, los nidos) para
afrontar en la desnudez total la dureza de la vida. Abandono de lo que da
seguridad: poder, dinero, comodidades... Desarraigarse y liberarse para dar el
salto de la fe: entrega a la persona de Jesús. Podemos negarnos. El evangelio
nos trae un ejemplo: Jesús pide otra renuncia: los vínculos sagrados de la
familia, el papá. Representa el pasado. El mundo que debe quedar atrás ante la
venida de Jesús. Pertenece a los «muertos», los que aún no han llegado a la
vida que trae Jesús («Yo soy la vida»: Los «muertos» se ocupan de ellos. Lo
mismo hicieron los hijos de Zebedeo. Frente a Jesús, en la novedad del
Evangelio, esos vínculos han pasado a segundo plano: ¡el primer puesto lo ocupa
Jesús!
Trabajar en el Reino es asumir
una misión en la acción, histórica y salvadora, de Dios: ¡Eso es el Reino!.
Quien no lo hace no es digno de él. Es excluido de él. Los compromisos sociales
son secundarios. ¡Primero Jesús y el Reino! Jesús nos invita a mirar siempre al
frente, adelante. Atrás es el pasado, la nostalgia. Adelante están la
esperanza, el Reino definitivo, la vida eterna. Lo que Jesús es y ofrece.
Seguidores de Jesús en LA
IGLESIA
- Formamos un discipulado,
integrados por su Pascua en el Pueblo Nuevo. Él está presente en la existencia
diaria, en nuestras vidas, dentro de la Comunión Eclesial. - Completamos su
misión, siendo obreros y obreras del Evangelio en el cumplimiento de los
designios del Padre. - Cumpliremos su mandato de "hacer discípulos"
dentro de la vida eclesial, a través del mundo, de nuestro propio ambiente. No
se trata de hacer adeptos, por determinados intereses; se trata de proponer la fe,
ayudando a las personas y los pueblos, en su búsqueda de Cristo como meta, en medio
de sus oscuridades.
¿Qué pasó con los tres casos
de llamamiento de que nos habló el Evangelio? ¿Cuál fue su respuesta: aceptaron
o se negaron? No lo sabemos. Al evangelio no le importa esa respuesta sino la
nuestra. En esos casos estamos implicados nosotros: el espacio para la respuesta
siempre estará abierto. Toca a cada uno de nosotros, entrabados quizás por los
mismos casos, dar hoy la respuesta. Y no uno solo de los tres casos sino los
tres, al tiempo, en la misma persona y en la misma respuesta. Y no es llamado
sólo para unos, para los religiosos / as, sino para todos los discípulos y discípulas.
La verdadera libertad
Resaltan, para nosotros, los
maravillosos resultados de la libertad del Evangelio, de la acción del Espíritu
que nos introduce en la pascua de Cristo para una vida nueva. Quienes son
dirigidos por el Espíritu respiran el nuevo y vigorizante aire de la libertad
moral y espiritual: ya no están más bajo la esclavitud de la ley, y, así,
obedecen a los preceptos de Dios con gozo de corazón. Los cristianos, liberados
de toda esclavitud, detestan y se oponen vigorosamente a «las obras de la
carne»; aman las Escrituras (cuyo autor es el Espíritu mismo) y al Dios trino
revelado en ellas en todos sus maravillosos atributos, «elogio de la Ley
divina»; Esto acrecienta su libertad de acceso al trono de la gracia. También
va de la mano con el testimonio del Espíritu en sus corazones, asegurándoles
que son hijos de Dios. - Finalmente, el fruto del Espíritu que abunda en sus
vidas fortalece grandemente el testimonio de ellos en el mundo, y todo esto
para la gloria de Dios trino
Relación con la Eucaristía
En la Eucaristía descubrimos y
profundizamos la condición de discípulos del Resucitado. Allí se hace presente
Jesús para continuar la historia de salvación en nosotros y con nosotros. Del
discipulado del amor desembocamos en la Eucaristía y del ser discípulos del resucitado
llegamos a la vida de fraternidad evangélica. Celebramos la salvación de los
discípulos en el Pan y la Palabra.