EL BUEN SAMARITANO
Evangelio: san Lucas 10,
25-37: “¿Quién es mi prójimo?”
Al escuchar esta parábola del
buen samaritano nos queda la impresión de que es una crónica sacada de nuestro
tiempo. El relato refleja una realidad violenta: asalto, heridas, robo,
indiferencia de los que pasan, compasión de un desconocido... También hay
detalles extraños. Nos preguntamos si en un hotel del camino hubieran recibido
hoy a un herido, si la compasión llega al extremo de los cuidados que se
brindan al herido, y el camino sigue abierto a un mañana: - «Cuida de él y, si
gastas algo más, te lo pagaré cuando vuelva».
Al meditar la parábola desde
nuestra situación en el mundo de hoy nos damos cuenta de que es un cuadro del
que somos testigos a diario. Y podemos identificarnos con todos los personajes
de la parábola. Somos a veces el herido abandonado en el camino, sin esperanza.
En ocasiones hacemos de asaltantes, opresores de nuestros hermanos. Nos
comportamos a veces como los levitas y los sacerdotes, y pasamos de largo,
ajenos al drama de la humanidad. Pero también Dios nos da la gracia de ser
samaritanos y abrimos el corazón a la miseria del mundo. Y Dios quiere que
siempre seamos el posadero, que tengamos si posible la puerta de la casa
abierta para acoger al que toca a la puerta, y siempre la puerta del corazón de
par en par para compadecer con los que sufren. Dios nos trae y nos entrega los
heridos del mundo y nos dice: - Cuídamelos y lo que gastes de más yo te lo
pagaré a la vuelta. Ese regreso del Señor es su parusía, el momento de nuestro
encuentro con él en la gran hora de la verdad.
Un desafío
Es un desafío que en muchas
ocasiones nos parece ir más allá de nuestras fuerzas y posibilidades. La
encarnación nos dice que Dios ha actuado así. El herido somos todos nosotros,
humanidad necesitada de amor y de esperanza. Pasan por nuestro lado tantos
incapaces de darnos lo que necesitamos. Dios decide pasar en la persona de
Cristo. El es el buen samaritano que nos recoge, nos cuida y nos sana. Nos
entrega al posadero que es la Iglesia. A ella le dice Cristo: cuídalos...
Cuando el amor del buen samaritano, que es Cristo, nos habita y está en nuestro
corazón podemos sentir el poder de Dios que va más allá de nuestras propias
fuerzas. Muchos y muchas, débiles y sin recursos, han hecho en la historia
maravillas por los necesitados. Sentimos que este requerimiento está en nuestro
corazón, en lo más profundo de nosotros mismos clamoroso, imborrable, imposible
de no escuchar.
«Hacerse prójimo»
Nos impresiona esta Palabra de
Jesús en la parábola del verdadero «próijimo». Destacamos algunos puntos
importantes: - Primero: La fraternidad en la gente no es algo a dar por
supuesto. Debe ser construida día tras día por la práctica de la misericordia.
«Nos hacemos» hermanos y hermanas. De esta manera, el «prójimo» no es
simplemente aquél a quien yo encuentro en el camino (el sacerdote y el levita
lo encontraron...), sino aquél en cuyo camino yo me pongo para «acercarme» (que
fue lo primero que hizo el samaritano) y para hacer mío su problema: ¡eso es
«hacerse prójimo»!
Segundo: La caridad cristiana
es universal. No discrimina. El samaritano y el judío en la parábola se
suponían enemigos y distanciados. Pero la misericordia es más fuerte que el
prejuicio del samaritano.
Tercero: Amar a nuestros
hermanos significa que estamos dispuestos a la reconciliación y el perdón, como
era el caso del samaritano con respecto al judío herido. - Cuarto: Practicar la
caridad significa salir de nuestros planes y nuestro egoísmo, aceptar sacrificios
por el bien de los demás. La caridad cristiana no se queda en buenos deseos,
sino que se expresa con hechos. Relacionemos la parábola de Jesús con la gran
verdad que nos enseña la escena del «juicio final» (cfr. Mt. 25,40.45): «Lo que
hicieron con los demás, conmigo lo hicieron». Es necesario «hacerse prójimo».
Jesús pide una actitud práctica, que hablen los hechos... El problema
fundamental del cristiano no está en saber quién es su prójimo: su prójimo son
todos. Su problema está en hacerse él mismo prójimo de todos los que lo
necesitan. No se trata de saber a quién tengo que amar, sino de darme cuenta de
que todos tienen derecho a mi amor y vivir las consecuencias...
Ser samaritano - Es un
desafío que en muchas ocasiones nos parece ir más allá de nuestras fuerzas y
posibilidades. La encarnación nos dice que Dios ha actuado así. El herido somos
todos nosotros, humanidad necesitada de amor y de esperanza. Pasan por nuestro
lado tantos incapaces de darnos lo que necesitamos. Dios decide pasar en la persona
de Cristo. Al meditar la parábola desde nuestra situación en el mundo de hoy
nos damos cuenta de que es un cuadro del que somos testigos a diario. Y podemos
identificarnos con todos los personajes de la parábola. vuelta. Ese regreso del
Señor es su parusía, el momento de nuestro encuentro con él en la gran hora de la
verdad.
Relación con la Eucaristía:
Prepararnos para participar en
la eucaristía es interesarnos por la injusta situación de tantas personas en
nuestro alrededor... No son los bandidos los que hacen temible el camino, sino
la indiferencia de /os buenos. La Eucaristía como la gran «proximidad» de Dios
a nosotros que, a pesar de ello, no puede quedar sin consecuencias para la vida
cotidiana. Desgraciadamente es posible que, a pesar de la participación en el
memorial del sacrificio de Cristo «por todos los hombres», los cristianos
pasemos por el mundo sin darnos cuenta de los hombres...
La Eucaristía es la
actualización de la acción única y definitiva del «buen samaritano-Jesucristo»
ofrecida constantemente a la Iglesia para que cada cristiano aprenda y al mismo
tiempo se fortalezca en el ejercicio de la misericordia.
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