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Emisora Vida Nueva

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Vida Nueva Cali - Reproductor

lunes, 30 de septiembre de 2019

LUNES 30 DE SEPTIEMBRE





Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Lunes XXVI del tiempo ordinario
Ver santoral
Ver 1ª Lectura y Salmo
Texto del Evangelio (Lc 9,46-50): En aquel tiempo, se suscitó una discusión entre los discípulos sobre quién de ellos sería el mayor. Conociendo Jesús lo que pensaban en su corazón, tomó a un niño, le puso a su lado, y les dijo: «El que reciba a este niño en mi nombre, a mí me recibe; y el que me reciba a mí, recibe a Aquel que me ha enviado; pues el más pequeño de entre vosotros, ése es mayor».

Tomando Juan la palabra, dijo: «Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre, y tratamos de impedírselo, porque no viene con nosotros». Pero Jesús le dijo: «No se lo impidáis, pues el que no está contra vosotros, está por vosotros».
Comentario:Prof. Dr. Mons. Lluís CLAVELL (Roma, Italia)
«El más pequeño de entre vosotros, ése es mayor»
Hoy, camino de Jerusalén hacia la pasión, «se suscitó una discusión entre los discípulos sobre quién de ellos sería el mayor» (Lc 9,46). Cada día los medios de comunicación y también nuestras conversaciones están llenas de comentarios sobre la importancia de las personas: de los otros y de nosotros mismos. Esta lógica solamente humana produce frecuentemente deseo de triunfo, de ser reconocido, apreciado, agradecido, y falta de paz, cuando estos reconocimientos no llegan.

La respuesta de Jesús a estos pensamientos —y quizá también comentarios— de los discípulos recuerda el estilo de los antiguos profetas. Antes de las palabras hay los gestos. Jesús «tomó a un niño, le puso a su lado» (Lc 9,47). Después viene la enseñanza: «El más pequeño de entre vosotros, ése es mayor» (Lc 9,48). —Jesús, ¿por qué nos cuesta tanto aceptar que esto no es una utopía para la gente que no está implicada en el tráfico de una tarea intensa, en la cual no faltan los golpes de unos contra los otros, y que, con tu gracia, lo podemos vivir todos? Si lo hiciésemos tendríamos más paz interior y trabajaríamos con más serenidad y alegría.

Esta actitud es también la fuente de donde brota la alegría, al ver que otros trabajan bien por Dios, con un estilo diferente al nuestro, pero siempre valiéndose del nombre de Jesús. Los discípulos querían impedirlo. En cambio, el Maestro defiende a aquellas otras personas. Nuevamente, el hecho de sentirnos hijos pequeños de Dios nos facilita tener el corazón abierto hacia todos y crecer en la paz, la alegría y el agradecimiento. Estas enseñanzas le han valido a santa Teresita de Lisieux el título de “Doctora de la Iglesia”: en su libro Historia de un alma, ella admira el bello jardín de flores que es la Iglesia, y está contenta de saberse una pequeña flor. Al lado de los grandes santos —rosas y azucenas— están las pequeñas flores —como las margaritas o las violetas— destinadas a dar placer a los ojos de Dios, cuando Él dirige su mirada a la tierra.
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sábado, 28 de septiembre de 2019

DOMINGO 29 DE SEPTIEMBRE





VIDA NUEVA
Todavía es tiempo de abrir la puerta
Evangelio: san Lucas 16, 19-31: Parábola del pobre Lázaro y el rico…
El tema de la Palabra en la Liturgia de este Domingo 26 del tiempo ordinario es la justicia social como exigencia del Evangelio.
El hombre se ha interrogado a todo lo largo de la historia sobre las causas de por qué existen pobres que carecen hasta de lo más necesario, y ricos que abundan en bienes y comodidades. Economistas, filósofos, políticos han dado respuestas y, como consecuencia han surgido ideologías y sistemas de gobierno. El hombre de la Biblia también se ha interrogado sobre este punto, desde su fe en un Dios justo y providente. A pesar de todos los esfuerzos el problema existe, en proporciones dolorosas, y sigue siendo un interrogante para la fe del cristiano hoy.
El Evangelio nos recuerda la bien conocida parábola del pobre Lázaro y del rico. Debe ser interpretada desde un punto de vista personal («mi» actitud con el pobre), e igualmente desde un punto de vista social (países ricos y pobres, ricos y pobres al interior de países y ciudades, etc.).
Meditemos con el Papa francisco
«Cuando salía de su casa, y, tal vez, el auto con el que salía tenía los vidrios oscurecidos para no ver afuera... tal vez, no lo sé. Pero seguramente sí, su alma, los ojos de su alma, estaban oscurecidos para no ver. Sólo veía su vida, y no se daba cuenta de lo que le había sucedido a este hombre, que no era malo: estaba enfermo. Enfermo de mundanidad. Y la mundanidad trasforma las almas, hace perder la conciencia de la realidad: viven en un mundo artificial, hecho por ellos... La mundanidad anestesia el alma. Y por esta razón, este hombre mundano, no era capaz de ver la realidad».. Y la realidad – dijo el Papa – es la de tantos pobres que viven junto a nosotros: - «Tantas personas que viven su vida de manera difícil, de modo difícil; pero si yo tengo un corazón mundano, jamás comprenderé esto. Con el corazón mundano no se puede entender la necesidad y la necesidad de los demás. Con el corazón mundano se puede ir a la iglesia, se puede rezar, se pueden hacer tantas cosas. Pero Jesús, en la Última Cena, en la oración al Padre, ¿qué ha rezado? ‘Pero, por favor, Padre, custodia a estos discípulos, para que no caigan en el mundo, para que no caigan en la mundanidad’. Es un pecado sutil, es más que un pecado: es un estado pecador del alma».
No somos huérfanos
En estas dos historias – afirmó el Papa – hay dos juicios: una maldición para el hombre que confía en el mundo y una bendición para quien confía en el Señor. El hombre rico aleja su corazón de Dios: «Su alma está desierta», una «tierra de salobridad donde nadie puede vivir», porque los mundanos, a decir verdad, están solos con su egoísmo. Tenía el corazón enfermo, tan apegado a este modo de vivir mundano que difícilmente se podía curar. El Papa dice: «mientras el pobre tenía un nombre, Lázaro, el rico no lo tiene: no tenía nombre, porque los mundanos pierden el nombre. Son sólo uno de la multitud pudiente, que no necesita nada. Los mundanos pierden el nombre»...
Lucha por la justicia en la Biblia
Los profetas buscan a Dios por el camino del hombre, profundizando en su sentido («Quien no ama al hombre, a quien ve, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ve?»). Desde aquí contemplan como pecado toda injusticia social, que de algún modo es la negación del ser humano. De esta toma de conciencia surgirá la conversión y por ello la transformación de un mundo en que cada uno reciba su justicia.
En el Evangelio, ricos y pobres son tratados de modo especial por Lucas. Aparecen en el Evangelio de hoy en situaciones invertidas, como en el caso de las Bienaventuranzas. Le interesa proclamar la proximidad del Reino en un mundo diferenciado por las clases sociales y las actitudes que cada una de ellas sugiere: los pobres, más abiertos y esperanzados y los ricos, cerrados sobre sí mismo. La riqueza y la pobreza se miran en perspectiva escatológica, de acuerdo a las disposiciones interiores para aceptar el Reino: ¿cuál será la suerte final de cada una de ellas?
En el rico no hay preocupaciones en el corazón ni por el presente ni por el futuro. No hay la mirada compasiva y eficaz hacia aquellos que sufren la pobreza. Esa gente dolorida está allí a la puerta. Padece hambre y soledad sin que se inquieten los hermanos. Más compasivos parecen los mismos animales.
Lucha de Jesús por la justicia
Jesús no se asocia a los planes «revolucionarios» de su tiempo, ni a los grupos que los embanderaban (zelotes, sicarios), ni tiene un «programa de acción social». Su lucha es más profunda y radical. Jesús denuncia el «fariseísmo»: el legalismo y particularismo que son las dos tendencias que impiden al hombre estar disponible para las tareas de promoción humana. El «particularismo» (creerse privilegiados de Dios, a distancia de los pecadores) genera divisiones, en él no cabe la verdadera relación con los demás, a los cuales los considera diferentes, inferiores, no dignos.
Jesús predica el amor sin fronteras, que es fraternal (contra todo fariseísmo). Jesús nos compromete en una aventura por la libertad que no se podrá dar (descubrirla y vivirla) sino en el despojo del propio orgullo. Jesús nos trae una libertad que nos acerca a Dios por nuestra condición de hijos. - La aventura del amor fraterno lleva el peso del amor de hijos.
Relación con la Eucaristía
La Palabra nos hace descubrir los valores y enjuicia la riqueza y las situaciones humanas. La acción eucarística celebra la unidad y la solidaridad, posturas cristianas que tenemos que profundizar para superar nuestras seguridades y particularismos legalistas. La Eucaristía que celebramos es el Pan partido y compartido. De ella que nos hace vivir la entrega de la vida del Señor a todos nosotros debe nacer nuestra solidaridad que va más allá de la simple amistad o convivencia. Unidos al pobre Lázaro que habita nuestras calles caminemos hacia el Padre Dios. Amén.
Algunas preguntas para pensar durante la semana: 1. Piensa sobre las omisiones en tu vida, con respecto a los demás.2. ¿Incurro en lujos o gastos innecesarios? 3. ¿El Evangelio es «opio del pueblo»? Si nuestros ricos escuchan complacidos ¿no será que no se predica el verdadero Evangelio?

viernes, 27 de septiembre de 2019

VIERNES 27 DE SEPTIEMBRE




Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Viernes XXV del tiempo ordinario
Ver santoral
Ver 1ª Lectura y Salmo
Texto del Evangelio (Lc 9,18-22): Sucedió que mientras Jesús estaba orando a solas, se hallaban con Él los discípulos y les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy yo?». Ellos respondieron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que un profeta de los antiguos había resucitado». Les dijo: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Pedro le contestó: «El Cristo de Dios». Pero les mandó enérgicamente que no dijeran esto a nadie. Dijo: «El Hijo del hombre debe sufrir mucho, y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar al tercer día».
Comentario:Rev. D. Pere OLIVA i March (Sant Feliu de Torelló, Barcelona, España)
«¿Quién dice la gente que soy yo? (…) Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»
Hoy, en el Evangelio, hay dos interrogantes que el mismo Maestro formula a todos. El primer interrogante pide una respuesta estadística, aproximada: «¿Quién dice la gente que soy yo?» (Lc 9,18). Hace que nos giremos alrededor y contemplemos cómo resuelven la cuestión los otros: los vecinos, los compañeros de trabajo, los amigos, los familiares más cercanos... Miramos al entorno y nos sentimos más o menos responsables o cercanos —depende de los casos— de algunas de estas respuestas que formulan quienes tienen que ver con nosotros y con nuestro ámbito, “la gente”... Y la respuesta nos dice mucho, nos informa, nos sitúa y hace que nos percatemos de aquello que desean, necesitan, buscan los que viven a nuestro lado. Nos ayuda a sintonizar, a descubrir un punto de encuentro con el otro para ir más allá...

Hay una segunda interrogación que pide por nosotros: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» (Lc 9,20). Es una cuestión fundamental que llama a la puerta, que mendiga a cada uno de nosotros: una adhesión o un rechazo; una veneración o una indiferencia; caminar con Él y en Él o finalizar en un acercamiento de simple simpatía... Esta cuestión es delicada, es determinante porque nos afecta. ¿Qué dicen nuestros labios y nuestras actitudes? ¿Queremos ser fieles a Aquel que es y da sentido a nuestro ser? ¿Hay en nosotros una sincera disposición a seguirlo en los caminos de la vida? ¿Estamos dispuestos a acompañarlo a la Jerusalén de la cruz y de la gloria?

«Es un camino de cruz y resurrección (...). La cruz es exaltación de Cristo. Lo dijo Él mismo: ‘Cuando sea levantado, atraeré a todos hacia mí’. (...) La cruz, pues, es gloria y exaltación de Cristo» (San Andrés de Creta). ¿Dispuestos para avanzar hacia Jerusalén? Solamente con Él y en Él, ¿verdad?

jueves, 26 de septiembre de 2019

JUEVES 26 DE SEPTIEMBRE




Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Jueves XXV del tiempo ordinario
Ver 1ª Lectura y Salmo
Texto del Evangelio (Lc 9,7-9): En aquel tiempo, se enteró el tetrarca Herodes de todo lo que pasaba, y estaba perplejo; porque unos decían que Juan había resucitado de entre los muertos; otros, que Elías se había aparecido; y otros, que uno de los antiguos profetas había resucitado. Herodes dijo: «A Juan, le decapité yo. ¿Quién es, pues, éste de quien oigo tales cosas?». Y buscaba verle.
Comentario:Rev. P. Jorge R. BURGOS Rivera SBD (Cataño, Puerto Rico)
«Buscaba verle»
Hoy el texto del Evangelio nos dice que Herodes quería ver a Jesús (cf. Lc 9,9). Ese deseo de ver a Jesús le nace de la curiosidad. Se hablaba mucho de Jesús por los milagros que iba realizando a su paso. Muchas personas hablaban de Él. La actuación de Jesús trajo a la memoria del pueblo diversas figuras de profetas: Elías, Juan el Bautista, etc. Pero, al ser simple curiosidad, este deseo no trasciende. Tal es el hecho que cuando Herodes le ve no le causa mayor impresión (cf. Lc 23,8-11). Su deseo se desvanece al verlo cara a cara, porque Jesús se niega a responder a sus preguntas. Este silencio de Jesús delata a Herodes como corrupto y depravado.

Nosotros, al igual que Herodes, seguramente hemos sentido, alguna vez, el deseo de ver a Jesús. Pero ya no contamos con el Jesús de carne y hueso como en tiempos de Herodes, sin embargo contamos con otras presencias de Jesús. Te quiero resaltar dos de ellas.

En primer lugar, la tradición de la Iglesia ha hecho de los jueves un día por excelencia para ver a Jesús en la Eucaristía. Son muchos los lugares donde hoy está expuesto Jesús-Eucaristía. «La adoración eucarística es una forma esencial de estar con el Señor. En la sagrada custodia está presente el verdadero tesoro, siempre esperando por nosotros: no está allí por Él, sino por nosotros» (Benedicto XVI). —Acércate para que te deslumbre con su presencia.

Para el segundo caso podemos hacer referencia a una canción popular, que dice: «Con nosotros está y no lo conocemos». Jesús está presente en tantos y tantos hermanos nuestros que han sido marginados, que sufren y no tienen a nadie que “quiera verlos”. En su encíclica Dios es Amor, dice el Papa Benedicto XVI: «El amor al prójimo enraizado en el amor a Dios es ante todo una tarea para cada fiel, pero lo es también para toda la comunidad eclesial». Así pues, Jesús te está esperando, con los brazos abiertos te recibe en ambas situaciones. ¡Acércate!

miércoles, 25 de septiembre de 2019

MIERCOLES 25 DE SEPTEIMBRE



Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Miércoles XXV del tiempo ordinario
Ver 1ª Lectura y Salmo
Texto del Evangelio (Lc 9,1-6): En aquel tiempo, convocando Jesús a los Doce, les dio autoridad y poder sobre todos los demonios, y para curar enfermedades; y los envió a proclamar el Reino de Dios y a curar. Y les dijo: «No toméis nada para el camino, ni bastón, ni alforja, ni pan, ni plata; ni tengáis dos túnicas cada uno. Cuando entréis en una casa, quedaos en ella hasta que os marchéis de allí. En cuanto a los que no os reciban, saliendo de aquella ciudad, sacudid el polvo de vuestros pies en testimonio contra ellos». Saliendo, pues, recorrían los pueblos, anunciando la Buena Nueva y curando por todas partes.
Comentario:Rev. D. Jordi CASTELLET i Sala (Sant Hipòlit de Voltregà, Barcelona, España)
«Convocando Jesús a los Doce, les dio autoridad y poder sobre todos los demonios, y para curar enfermedades»
Hoy vivimos unos tiempos en que nuevas enfermedades mentales alcanzan difusiones insospechadas, como nunca había habido en el curso de la historia. El ritmo de vida actual impone estrés a las personas, carrera para consumir y aparentar más que el vecino, todo ello aliñado con unas fuertes dosis de individualismo, que construyen una persona aislada del resto de los mortales. Esta soledad a la que muchos se ven obligados por conveniencias sociales, por la presión laboral, por convenciones esclavizantes, hace que muchos sucumban a la depresión, las neurosis, las histerias, las esquizofrenias u otros desequilibrios que marcan profundamente el futuro de aquella persona.

«Convocando Jesús a los Doce, les dio autoridad y poder sobre todos los demonios, y para curar enfermedades» (Lc 9,1). Males, éstos, que podemos identificar en el mismo Evangelio como enfermedades mentales.

El encuentro con Cristo, que es la Persona completa y realizada, aporta un equilibrio y una paz que son capaces de serenar los ánimos y de hacer reencontrar a la persona con ella misma, aportándole claridad y luz en su vida, bueno para instruir y enseñar, educar a los jóvenes y a los mayores, y encaminar a las personas por el camino de la vida, aquella que nunca se ha de marchitar.

Los Apóstoles «recorrían los pueblos, anunciando la Buena Nueva» (Lc 9,6). Es ésta también nuestra misión: vivir y meditar el Evangelio, la misma palabra de Jesús, a fin de dejarla penetrar en nuestro interior. Así, poco a poco, podremos encontrar el camino a seguir y la libertad a realizar. Como ha escrito San Juan Pablo II, «la paz ha de realizarse en la verdad (...); ha de hacerse en la libertad».

Que sea el mismo Jesucristo, que nos ha llamado a la fe y a la felicidad eterna, quien nos llene de su esperanza y amor, Él que nos ha dado una nueva vida y un futuro inagotable.

martes, 24 de septiembre de 2019

MARTES 24 DE SEPTIEMBRE



Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Martes XXV del tiempo ordinario
Ver santoral
Ver 1ª Lectura y Salmo
Texto del Evangelio (Lc 8,19-21): En aquel tiempo, se presentaron la madre y los hermanos de Jesús donde Él estaba, pero no podían llegar hasta Él a causa de la gente. Le anunciaron: «Tu madre y tus hermanos están ahí fuera y quieren verte». Pero Él les respondió: «Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen».
Comentario:Rev. D. Xavier JAUSET i Clivillé (Lleida, España)
«Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen»
Hoy leemos un hermoso pasaje del Evangelio. Jesús no ofende para nada a su Madre, ya que Ella es la primera en escuchar la Palabra de Dios y de Ella nace Aquel que es la Palabra. Al mismo tiempo es la que más perfectamente cumplió la voluntad de Dios: «He aquí la esclava del Señor: hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38), responde al ángel en la Anunciación.

Jesús nos dice lo que necesitamos para llegar a ser sus familiares, también nosotros: «Aquellos que oyen...» (Lc 8,21) y para oír es preciso que nos acerquemos como sus familiares, que llegaron a donde estaba; pero no podían acercarse a Él a causa del gentío. Los familiares se esfuerzan por acercarse, convendría que nos preguntásemos si luchamos y procuramos vencer los obstáculos que encontramos en el momento de acercarnos a la Palabra de Dios. ¿Dedico diariamente unos minutos a leer, escuchar y meditar la Sagrada Escritura? Santo Tomás de Aquino nos recuerda que «es necesario que meditemos continuamente la Palabra de Dios (...); esta meditación ayuda poderosamente en la lucha contra el pecado».

Y, finalmente, cumplir la Palabra. No basta con escuchar la Palabra; es preciso cumplirla si queremos ser miembros de la familia de Dios. ¡Debemos poner en práctica aquello que nos dice! Por eso será bueno que nos preguntemos si solamente obedezco cuando lo que se me pide me gusta o es relativamente fácil, y, por el contrario, si cuando hay que renunciar al bienestar, a la propia fama, a los bienes materiales o al tiempo disponible para el descanso..., pongo la Palabra entre paréntesis hasta que vengan tiempos mejores. Pidamos a la Virgen María que escuchemos como Ella y cumplamos la Palabra de Dios para andar así por el camino que conduce a la felicidad duradera.
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lunes, 23 de septiembre de 2019

LUNES 23 DE SEPTEIMBRE






 
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Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Lunes XXV del tiempo ordinario
Ver santoral
Ver 1ª Lectura y Salmo
Texto del Evangelio (Lc 8,16-18): En aquel tiempo, Jesús dijo a la gente: «Nadie enciende una lámpara y la cubre con una vasija, o la pone debajo de un lecho, sino que la pone sobre un candelero, para que los que entren vean la luz. Pues nada hay oculto que no quede manifiesto, y nada secreto que no venga a ser conocido y descubierto. Mirad, pues, cómo oís; porque al que tenga, se le dará; y al que no tenga, aun lo que crea tener se le quitará».
Comentario:+ Rev. D. Joaquim FONT i Gassol (Igualada, Barcelona, España)
«Pone (la lámpara) sobre un candelero, para que los que entren vean la luz»
Hoy, este Evangelio tan breve es rico en temas que atraen nuestra atención. En primer lugar, “dar luz”: ¡todo es patente ante los ojos de Dios! Segundo gran tema: las Gracias están engarzadas, la fidelidad a una atrae a otras: «Gratiam pro gratia» (Jn 1,16). En fin, es un lenguaje humano para cosas divinas y perdurables.

¡Luz para los que entran en la Iglesia! Desde siglos, las madres cristianas han enseñado en la intimidad a sus hijos con palabras expresivas, pero sobre todo con la “luz” de su buen ejemplo. También han sembrado con la típica cordura popular y evangélica, comprimida en muchos refranes, llenos de sabiduría y de fe a la vez. Uno de ellos es éste: «Iluminar y no difuminar». San Mateo nos dice: «(...) para que alumbre a todos los que están en la casa. Brille así vuestra luz delante de los hombres para que, al ver vuestras buenas obras, den gloria a vuestro Padre que está en los cielos» (Mt 5,15-16).

Nuestro examen de conciencia al final del día puede compararse al tendero que repasa la caja para ver el fruto de su trabajo. No empieza preguntando: —¿Cuánto he perdido? Sino más bien: —¿Qué he ganado? Y acto seguido: —¿Cómo podré ganar más mañana, qué puedo hacer para mejorar? El repaso de nuestra jornada acaba con acción de gracias y, por contraste, con un acto de dolor amoroso. —Me duele no haber amado más y espero lleno de ilusión, estrenar mañana el nuevo día para agradar más a Nuestro Señor, que siempre me ve, me acompaña y me ama tanto. —Quiero proporcionar más luz y disminuir el humo del fuego de mi amor.

En las veladas familiares, los padres y abuelos han forjado —y forjan— la personalidad y la piedad de los niños de hoy y hombres de mañana. ¡Merece la pena! ¡Es urgente! María, Estrella de la mañana, Virgen del amanecer que precede a la Luz del Sol-Jesús, nos guía y da la mano. «¡Oh Virgen dichosa! Es imposible que se pierda aquel en quien tú has puesto tu mirada» (San Anselmo).

sábado, 21 de septiembre de 2019

DOMINGO 22 DE SEPTIEMBRE





VIDA NUEVA
La parábola del administrador infiel
La fidelidad a Dios como único Señor
Evangelio: san Lucas 16, 1-13: “No es posible servir a Dios y al dinero”.
El tema de la Palabra en la Liturgia de este Domingo 25 del tiempo ordinario es la responsabilidad en la administración y uso del dinero-Ante Dios somos responsables de la totalidad de nuestra vida. Cuando juzgamos que hay espacios de nuestra actividad que no tienen que ver con nuestra fe activa estamos equivocados. La dimensión política, social, laboral de nuestras responsabilidades debe estar iluminada por la Palabra de Dios.
No servir a las riquezas
El Evangelio nos muestra el peligro que tiene la riqueza y cómo fácilmente se convierte en un instrumento de poder y, y tarde o temprano, de opresión. En definitiva, la riqueza tiende a esclavizar a quien la posee, porque lo convierte en servidor de la propia riqueza. -Algunos puntos de la enseñanza de este pasaje del evangelio según San Lucas: - Primero: Lo que está en cuestión no es tener o no tener dinero, sino cómo usamos el dinero. De acuerdo con el Evangelio y la enseñanza de la Iglesia, el dinero está para ser compartido con los necesitados. El dinero está para servir a causas buenas. Este es el sentido de «hacerse amigos con el dinero en las moradas eternas». -Segundo: El dinero es el signo y la expresión del trabajo humano. El trabajo humano es más importante que el dinero. Poner el dinero en primer lugar y el trabajo en segundo, en cualquier sistema económico, es deshumanizar el trabajo y corromper el verdadero sentido del dinero.-Tercero: En el fondo, la cuestión fundamental sobre el dinero es la cuestión del sentido de la vida y sobre dónde está nuestro corazón.
En el mundo sin ser del mundo
Pero el cristiano vive inserto en un mundo donde los criterios de su fe no son seguidos y, por el contrario, son quebrantados. Está en un mundo caracterizado por la violencia del más fuerte o del más astuto, un mundo como el que describe Amós en su época.
El Señor nos invita a buscar con audacia los mejores caminos, teniendo siempre como norte la obra salvadora del mundo en que vivimos y donde somos testigos de su amor por todos, en especial por los más desprotegidos. Nos habla de la responsabilidad en el manejo de los bienes ajenos para llegar a la conclusión de que, por nuestras ambiciones desmedidas, no podemos hacer del dinero un dios, ídolo falso, a quien podemos llegar a sacrificar la vida. Nos quejamos de la corrupción de los encargados de administrar los bienes de la nación. ¿Tiene esa actitud una dimensión solamente social o tiene que ver con la responsabilidad cristiana del creyente en Jesús? - La enseñanza del Señor acentúa la manera como el discípulo debe actuar en el mundo, consciente de sus responsabilidades de creyente, apelando incluso a la sagacidad en el vivir. Respecto de la riqueza (dinero, talentos, capacidades), somos simples administradores de bienes recibidos de Dios, para la perfección propia y de los demás en sus necesidades materiales y culturales.
El administrador fiel...
En la parábola de Lucas se repite por siete veces el término «administrador» o «administración», que viene a ser así la palabra clave del pasaje y del mensaje que el Señor quiere dejarme. Trato ahora de buscar en las Escrituras algunas huellas, o una luz que me ayude a entender mejor y a verificar mi vida, mi administración que el Señor me ha confiado. - En el Antiguo Testamento se encuentra varias veces esta realidad, sobre todo referida a las riquezas de los reyes o a las riquezas de las ciudades o imperios: en los libros de las Crónicas, por ejemplo, se habla de administradores del rey David  y así también en los libros de Ester, Daniel y Tobías  encontramos administradores de reyes y príncipes. Es una administración del todo mundana, ligada a las posesiones, al dinero, a la riqueza, al poder; o sea, ligada a una realidad negativa, como la acumulación, la usurpación, la violencia. Es, en resumen, una administración que acaba, caduca y engañosa, aun cuando se reconozca que ella sea, en cierta medida, necesaria para el desarrollo de la sociedad.
El Nuevo Testamento, al contrario, nos introduce de pronto en una dimensión diversa, más elevada, porque mira a las cosas del espíritu, del alma, cosas que no terminan, que no se cambian con el mudar de los tiempos y de las personas. San Pablo dice: «Cada uno se considere como ministro de Cristo y administrador de los misterios de Dios. Ahora bien, lo que se requiere en los administradores es que cada uno resulte fiel» y Pedro: «Cada uno viva según la gracia recibida, poniéndola al servicio de los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios». - Por tanto comprendemos que nosotros somos unos administradores de los misterios y de la gracia de Dios, a través del instrumento pobre y miserable que es nuestra misma vida; en ella nosotros estamos llamados a ser fieles y buenos. Pero este adjetivo «bueno»” es igual al que Juan usa refiriéndose al pastor, a Jesús: «kalós», a saber, bello y bueno. Y ¿por qué? Simplemente porque ofrece su vida al Padre por las ovejas. Esta es la única verdadera administración que se me confía en este mundo, para el mundo futuro.
El administrador «sagaz» - Es posible que la lectura del evangelio de este domingo nos haya causado un poco de extrañeza y malestar. Vivimos en un mundo de corrupción y nos puede quedar la sensación de que el administrador corrupto sea tratado con cierta benevolencia. No olvidemos que estamos ante una parábola y no ante un hecho histórico que lleve nombres propios. Lo importante en el texto es por tanto la lección que el Señor nos quiere dar en lo que concierne a nuestra responsabilidad y nuestro papel en la salvación del mundo. - Cuando Jesús dirige esta parábola a sus discípulos va camino de Jerusalén. No es una marcha de ángeles sino de hombres y mujeres sujetos a necesidades cotidianas: - alimentarse, alojarse, descansar. Vivimos entonces en una tensión ante dos realidades que nos tocan íntimamente en nuestra condición de habitantes del mundo en el discurrir del tiempo, y nuestra fundamental vocación a trascender la vida y llegar a Dios. Mucho discernimiento y buen juicio necesitamos para no equivocarnos en las opciones que debemos hacer: ni descuidar nuestro compromiso de construcción del mundo en que vivimos, ni olvido y negligencia ante nuestra vocación de hijos de Dios y de testigos de su presencia en el mundo. - Relación con la Eucaristía - Celebramos el gran don de Dios: la salvación que exige libertad interior. Que nada nos ate, para estar libres en los planes de Dios y sepamos compartir, como en esta mesa de hermanos.

viernes, 20 de septiembre de 2019

VIERNES 20 DE SEPTEIMBRE




Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Viernes XXIV del tiempo ordinario
Ver santoral
Ver 1ª Lectura y Salmo
Texto del Evangelio (Lc 8,1-3): En aquel tiempo, Jesús iba por ciudades y pueblos, proclamando y anunciando la Buena Nueva del Reino de Dios; le acompañaban los Doce, y algunas mujeres que habían sido curadas de espíritus malignos y enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios, Juana, mujer de Cusa, un administrador de Herodes, Susana y otras muchas que les servían con sus bienes.
Comentario:Rev. D. Jordi PASCUAL i Bancells (Salt, Girona, España)
«Jesús iba por ciudades y pueblos, proclamando y anunciando la Buena Nueva del Reino de Dios»
Hoy, nos fijamos en el Evangelio en lo que sería una jornada corriente de los tres años de vida pública de Jesús. San Lucas nos lo narra con pocas palabras: «Jesús iba por ciudades y pueblos, proclamando y anunciando la Buena Nueva» (Lc 8,1). Es lo que contemplamos en el tercer misterio de Luz del Santo Rosario.

Comentando este misterio dice el Papa San Juan Pablo II: «Misterio de luz es la predicación con la que Jesús anuncia la llegada del Reino de Dios e invita a la conversión, perdonando los pecados de quien se acerca a Él con fe humilde, iniciando así el misterio de misericordia que Él continuará ejerciendo hasta el fin del mundo, especialmente a través del sacramento de la Reconciliación confiado a la Iglesia».

Jesús continúa pasando cerca de nosotros ofreciéndonos sus bienes sobrenaturales: cuando hacemos oración, cuando leemos y meditamos el Evangelio para conocerlo y amarlo más e imitar su vida, cuando recibimos algún sacramento, especialmente la Eucaristía y la Penitencia, cuando nos dedicamos con esfuerzo y constancia al trabajo de cada día, cuando tratamos con la familia, los amigos o los vecinos, cuando ayudamos a aquella persona necesitada material o espiritualmente, cuando descansamos o nos divertimos... En todas estas circunstancias podemos encontrar a Jesús y seguirlo como aquellos doce y aquellas santas mujeres.

Pero, además, cada uno de nosotros es llamado por Dios a ser también “Jesús que pasa”, para hablar —con nuestras obras y nuestras palabras— a quienes tratamos acerca de la fe que llena de sentido nuestra existencia, de la esperanza que nos mueve a seguir adelante por los caminos de la vida fiados del Señor, y de la caridad que guía todo nuestro actuar.

La primera en seguir a Jesús y en “ser Jesús” es María. ¡Que Ella con su ejemplo y su intercesión nos ayude!

jueves, 19 de septiembre de 2019

JUEVES 19 DE SEPTIEMBRE




Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Jueves XXIV del tiempo ordinario
Ver 1ª Lectura y Salmo
Texto del Evangelio (Lc 7,36-50): En aquel tiempo, un fariseo rogó a Jesús que comiera con él, y, entrando en la casa del fariseo, se puso a la mesa. Había en la ciudad una mujer pecadora pública, quien al saber que estaba comiendo en casa del fariseo, llevó un frasco de alabastro de perfume, y poniéndose detrás, a los pies de Jesús, comenzó a llorar, y con sus lágrimas le mojaba los pies y con los cabellos de su cabeza se los secaba; besaba sus pies y los ungía con el perfume.

Al verlo el fariseo que le había invitado, se decía para sí: «Si éste fuera profeta, sabría quién y qué clase de mujer es la que le está tocando, pues es una pecadora». Jesús le respondió: «Simón, tengo algo que decirte». Él dijo: «Di, maestro». «Un acreedor tenía dos deudores: uno debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían para pagarle, perdonó a los dos. ¿Quién de ellos le amará más?». Respondió Simón: «Supongo que aquel a quien perdonó más». Él le dijo: «Has juzgado bien», y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: «¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y no me diste agua para los pies. Ella, en cambio, ha mojado mis pies con lágrimas, y los ha secado con sus cabellos. No me diste el beso. Ella, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. No ungiste mi cabeza con aceite. Ella ha ungido mis pies con perfume. Por eso te digo que quedan perdonados sus muchos pecados, porque ha mostrado mucho amor. A quien poco se le perdona, poco amor muestra».

Y le dijo a ella: «Tus pecados quedan perdonados». Los comensales empezaron a decirse para sí: «¿Quién es éste que hasta perdona los pecados?». Pero Él dijo a la mujer: «Tu fe te ha salvado. Vete en paz».
Comentario:Mons. José Ignacio ALEMANY Grau, Obispo Emérito de Chachapoyas (Chachapoyas, Perú)
«A los pies de Jesús, comenzó a llorar»
Hoy, Simón fariseo, invita a comer a Jesús para llamar la atención de la gente. Era un acto de vanidad, pero el trato que dio a Jesús al recibirlo, no correspondió ni siquiera a lo más elemental.

Mientras cenan, una pecadora pública hace un gran acto de humildad: «Poniéndose detrás, a los pies de Jesús, comenzó a llorar y con sus lágrimas le mojaba los pies y con los cabellos de su cabeza se los secaba; besaba sus pies y los ungía con el perfume» (Lc 7,38).

El fariseo, en cambio, al recibir a Jesús no le dio el beso del saludo, agua para sus pies, toalla para secarlos, ni le ungió la cabeza con aceite. Además el fariseo piensa mal: «Si éste fuera profeta, sabría quién y qué clase de mujer es la que le está tocando, pues es una pecadora» (Lc 7,39). ¡De hecho, el que no sabía con quién trataba era el fariseo!

El Papa Francisco ha insistido mucho en la importancia de acercarse a los enfermos y así “tocar la carne de Cristo”. Al canonizar a santa Guadalupe García, Francisco dijo: «Renunciar a una vida cómoda para seguir la llamada de Jesús; amar la pobreza, para poder amar más a los pobres, enfermos y abandonados, para servirles con ternura y compasión: esto se llama “tocar la carne de Cristo”. Los pobres, abandonados, enfermos y los marginados son la carne de Cristo». Jesús tocaba a los enfermos y se dejaba tocar por ellos y los pecadores.

La pecadora del Evangelio tocó a Jesús y Él estaba feliz viendo cómo se transformaba su corazón. Por eso le regaló la paz recompensando su fe valiente. —Tú, amigo, ¿te acercas con amor para tocar la carne de Cristo en tantos que pasan junto a ti y te necesitan? Si sabes hacerlo, tu recompensa será la paz con Dios, con los demás y contigo mismo.

miércoles, 18 de septiembre de 2019

MIERCOLES 18 DE SEPTEIMBRE




Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Miércoles XXIV del tiempo ordinario
Ver 1ª Lectura y Salmo
Texto del Evangelio (Lc 7,31-35): En aquel tiempo, el Señor dijo: «¿Con quién, pues, compararé a los hombres de esta generación? Y ¿a quién se parecen? Se parecen a los chiquillos que están sentados en la plaza y se gritan unos a otros diciendo: ‘Os hemos tocado la flauta, y no habéis bailado, os hemos entonado endechas, y no habéis llorado’. Porque ha venido Juan el Bautista, que no comía pan ni bebía vino, y decís: ‘Demonio tiene’. Ha venido el Hijo del hombre, que come y bebe, y decís: ‘Ahí tenéis un comilón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores’. Y la Sabiduría se ha acreditado por todos sus hijos».
Comentario:Rev. D. Xavier SERRA i Permanyer (Sabadell, Barcelona, España)
«¿Con quién, pues, compararé a los hombres de esta generación?»
Hoy, Jesús constata la dureza de corazón de la gente de su tiempo, al menos de los fariseos, que están tan seguros de sí mismos que no hay quien les convierta. No se inmutan ni delante de Juan el Bautista, «que no comía pan ni bebía vino» (Lc 7,33), y le acusaban de tener un demonio; ni tampoco se inmutan ante el Hijo del hombre, «que come y bebe», y le acusan de “comilón” y “borracho”, es más, de ser «amigo de publicanos y pecadores» (Lc 7,34). Detrás de estas acusaciones se esconden su orgullo y soberbia: nadie les ha de dar lecciones; no aceptan a Dios, sino que se hacen su dios, un dios que no les mueva de sus comodidades, privilegios e intereses.

Nosotros también tenemos este peligro. ¡Cuántas veces lo criticamos todo: si la Iglesia dice eso, porque dice aquello, si dice lo contrario...!; y lo mismo podríamos criticar refiriéndonos a Dios o a los demás. En el fondo, quizá inconscientemente, queremos justificar nuestra pereza y falta de deseo de una verdadera conversión, justificar nuestra comodidad y falta de docilidad. Dice san Bernardo: «¿Qué más lógico que no ver las propias llagas, especialmente si uno las ha tapado con el fin de no poderlas ver? De esto se sigue que, ulteriormente, aunque se las descubra otro, defienda con tozudez que no son llagas, dejando que su corazón se abandone a palabras engañosas».

Hemos de dejar que la Palabra de Dios llegue a nuestro corazón y nos convierta, dejar cambiarnos, transformarnos con su fuerza. Pero para eso hemos de pedir el don de la humildad. Solamente el humilde puede aceptar a Dios, y, por tanto, dejar que se acerque a nosotros, que como “publicanos” y “pecadores” necesitamos que nos cure. ¡Ay de aquél que crea que no necesita al médico! Lo peor para un enfermo es creerse que está sano, porque entonces el mal avanzará y nunca pondrá remedio. Todos estamos enfermos de muerte, y solamente Cristo nos puede salvar, tanto si somos conscientes de ello como si no. ¡Demos gracias al Salvador, acogiéndolo como tal!

martes, 17 de septiembre de 2019

MARTES 17 DE SEPTIEMBRE





Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Martes XXIV del tiempo ordinario
Ver 1ª Lectura y Salmo
Texto del Evangelio (Lc 7,11-17): En aquel tiempo, Jesús se fue a una ciudad llamada Naím, e iban con Él sus discípulos y una gran muchedumbre. Cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda, a la que acompañaba mucha gente de la ciudad. Al verla el Señor, tuvo compasión de ella, y le dijo: «No llores». Y, acercándose, tocó el féretro. Los que lo llevaban se pararon, y Él dijo: «Joven, a ti te digo: levántate». El muerto se incorporó y se puso a hablar, y Él se lo dio a su madre. El temor se apoderó de todos, y glorificaban a Dios, diciendo: «Un gran profeta se ha levantado entre nosotros», y «Dios ha visitado a su pueblo». Y lo que se decía de Él, se propagó por toda Judea y por toda la región circunvecina.
Comentario:+ Rev. D. Joan SERRA i Fontanet (Barcelona, España)
«Joven, a ti te digo: levántate»
Hoy, dos comitivas se encuentran. Una comitiva que acompaña a la muerte y otra que acompaña a la vida. Una pobre viuda, seguida por sus familiares y amigos, llevaba a su hijo al cementerio y de pronto, ve la multitud que iba con Jesús. Las dos comitivas se cruzan y se paran, y Jesús dice a la madre que iba a enterrar a su hijo: «No llores» (Lc 7,13). Todos se quedan mirando a Jesús, que no permanece indiferente al dolor y al sufrimiento de aquella pobre madre, sino, por el contrario, se compadece y le devuelve la vida a su hijo. Y es que encontrar a Jesús es hallar la vida, pues Jesús dijo de sí mismo: «Yo soy la resurrección y la vida» (Jn 11,25). San Braulio de Zaragoza escribe: «La esperanza de la resurrección debe confortarnos, porque volveremos a ver en el cielo a quienes perdemos aquí».

Con la lectura del fragmento del Evangelio que nos habla de la resurrección del joven de Naím, podría remarcar la divinidad de Jesús e insistir en ella, diciendo que solamente Dios puede volver un joven a la vida; pero hoy preferiría poner de relieve su humanidad, para que no veamos a Jesús como un ser lejano, como un personaje tan diferente de nosotros, o como alguien tan excesivamente importante que no nos inspire la confianza que puede inspirarnos un buen amigo.

Los cristianos hemos de saber imitar a Jesús. Debemos pedir a Dios la gracia de ser Cristo para los demás. ¡Ojalá que todo aquél que nos vea, pueda contemplar una imagen de Jesús en la tierra! Quienes veían a san Francisco de Asís, por ejemplo, veían la imagen viva de Jesús. Los santos son aquellos que llevan a Jesús en sus palabras y obras e imitan su modo de actuar y su bondad. Nuestra sociedad tiene necesidad de santos y tú puedes ser uno de ellos en tu ambiente.

lunes, 16 de septiembre de 2019

LUNES 16 DE SEPTIEMBRE




Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Lunes XXIV del tiempo ordinario
Ver santoral
Ver 1ª Lectura y Salmo
Texto del Evangelio (Lc 7,1-10): En aquel tiempo, cuando Jesús hubo acabado de dirigir todas estas palabras al pueblo, entró en Cafarnaúm. Se encontraba mal y a punto de morir un siervo de un centurión, muy querido de éste. Habiendo oído hablar de Jesús, envió donde Él unos ancianos de los judíos, para rogarle que viniera y salvara a su siervo. Éstos, llegando donde Jesús, le suplicaban insistentemente diciendo: «Merece que se lo concedas, porque ama a nuestro pueblo, y él mismo nos ha edificado la sinagoga».

Jesús iba con ellos y, estando ya no lejos de la casa, envió el centurión a unos amigos a decirle: «Señor, no te molestes, porque no soy digno de que entres bajo mi techo, por eso ni siquiera me consideré digno de salir a tu encuentro. Mándalo de palabra, y quede sano mi criado. Porque también yo, que soy un subalterno, tengo soldados a mis órdenes, y digo a éste: ‘Vete’, y va; y a otro: ‘Ven’, y viene; y a mi siervo: ‘Haz esto’, y lo hace».

Al oír esto Jesús, quedó admirado de él, y volviéndose dijo a la muchedumbre que le seguía: «Os digo que ni en Israel he encontrado una fe tan grande». Cuando los enviados volvieron a la casa, hallaron al siervo sano.
Comentario:Fr. John A. SISTARE (Cumberland, Rhode Island, Estados Unidos)
«Os digo que ni en Israel he encontrado una fe tan grande»
Hoy, nos enfrentamos a una pregunta interesante. ¿Por qué razón el centurión del Evangelio no fue personalmente a encontrar a Jesús y, en cambio, envió por delante algunos notables de los judíos con la petición de que fuese a salvar a su criado? El mismo centurión responde por nosotros en el pasaje evangélico: Señor, «ni siquiera me consideré digno de salir a tu encuentro. Mándalo de palabra, y quede sano mi criado» (Lc 7,7).

Aquel centurión poseía la virtud de la fe al creer que Jesús podría hacer el milagro —si así lo quería— con sólo su divina voluntad. La fe le hacía creer que, prescindiendo de allá donde Jesús pudiera hallarse, Él podría sanar al criado enfermo. Aquel centurión estaba muy convencido de que ninguna distancia podría impedir o detener a Jesucristo, si quería llevar a buen término su trabajo de salvación.

Nosotros también estamos llamados a tener la misma fe en nuestras vidas. Hay ocasiones en que podemos ser tentados a creer que Jesús está lejos y que no escucha nuestros ruegos. Sin embargo, la fe ilumina nuestras mentes y nuestros corazones haciéndonos creer que Jesús está siempre cerca para ayudarnos. De hecho, la presencia sanadora de Jesús en la Eucaristía ha de ser nuestro recordatorio permanente de que Jesús está siempre cerca de nosotros. San Agustín, con ojos de fe, creía en esa realidad: «Lo que vemos es el pan y el cáliz; eso es lo que tus ojos te señalan. Pero lo que tu fe te obliga a aceptar es que el pan es el Cuerpo de Jesucristo y que en el cáliz se encuentra la Sangre de Jesucristo».

La fe ilumina nuestras mentes para hacernos ver la presencia de Jesús en medio de nosotros. Y, como aquel centurión, diremos: «Señor, no te molestes, porque no soy digno de que entres bajo mi techo» (Lc 7,6). Por tanto, si nos humillamos ante nuestro Señor y Salvador, Él viene y se acerca a curarnos. Así, dejemos a Jesús penetrar nuestro espíritu, en nuestra casa, para curar y fortalecer nuestra fe y para llevarnos hacia la vida eterna.

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